Textos de la autora

A manera de prólogo

(Prologo del libro Playas Borrascosas)

 

Este libro tiene como origen una razón absolutamente personal: la voluntad de conocer mejor a través de la literatura una determinada región geográfica, en este caso, Veracruz. Y si se dio en forma de entrevistas a escritores veracruzanos tiene algo de azaroso, pero también algo de necesario: la geografía es, más que una zona en el mapa, el espacio vital de las personas.

No soy de las que creen que un autor escribe necesariamente acerca de su entorno, estoy segura de que algunas obras maestras se han dado en un espacio sin lugar ni tiempo, pero a la vez también tengo en mi inconsciente la seguridad de que, así sea por caminos muy tortuosos, toda palabra refleja y explica, modifica e inventa un espacio propio identificable. Y que en lo que se escribe como en lo que se lee uno busca inevitablemente reencontrarse.

Por eso quisiera advertir a mi posible lector algunas cosas: nací en Colombia y por diversas razones que no vienen al caso llegué a México a mediados de los ochenta, un poco después del terremoto que sufrió la ciudad de México y algunas otras regiones en 1985. Economista de profesión, también tenía –desde años antes- la vocación de escribir, la cual en su mayor parte desarrollé en este país.

Aquí he publicado 2 libros, tenido dos hijos, criado al que nació en Colombia y vivo con un mexicano. He obtenido la naturalización y gozo de todos los derechos de un ciudadano mexicano, salvo que me siguen diciendo escritora colombiana. Eso en realidad no tiene importancia, pero traduce algo que no sólo es social sino también personal: la patria se lleva con uno, pero también se deja, no se pierde al abandonar el lugar donde se nace.

Por eso, cuando empecé a viajar, por razones de placer o de trabajo a distintos lugares de Veracruz –y de manera paralela a la lectura de algunos escritores de esa región- me encontré de nuevo con mi país. Soy de la zona cafetera de Colombia, nací en Pereira, capital de Risaralda, y de pronto al llegar a Xalapa fue como llegar a mi ciudad: los mismos paisajes, el mismo aroma en el aire. La lluvia me hizo pensar en Bogotá y la cercanía del mar en mis vacaciones infantiles en Juanchaco, zona del litoral Pacífico.

La verdad es que no era siquiera un parecido estricto sino una identificación con algo más allá de la pura descripción. El puerto de Veracruz se parece más a Santa Marta y si acaso el baluarte hace pensar que hace dos siglos se debió parecer a Cartagena. Es como si hubiera podido decir, con la misma seguridad que me da el acta de nacimiento, soy de Veracruz.

Así empecé a leer, a conocer gente, a preguntar, y también a escribir, lo que me llevó a entrevistar a algunos escritores, a veces por pedido de alguna revista o suplemento cultural, otras por puro gusto. Pronto surgió un proyecto que concebí como exhaustivo –con ingenuidad- y que me fue desbordando.

Solicité al Fondo Nacional para la Cultura y las Artes apoyo para realizar el trabajo, poder dedicarle el tiempo que requería. Recibí dicho apoyo, pero como suele ocurrir, cuando creía completar algo, se me habrían distintos flancos de investigación –Veracruz tiene una literatura muy importante y hay importantes escritores vivos a los que quería y quiero entrevistar-, por lo que la prudencia y la obligación de cumplir con lo acordado me hicieron pensar en dos tomos. En este primero quedan fuera escritores de la talla de Rubén Bonifaz Nuño –dicen que veracruzano por casualidad, pero no importa- o Beatriz Espejo, Emilio Carballido –maestro del teatro, que merecería él solo un libro-, novelistas como Jaime Turrent o Marco Tulio Aguilera –otro colombiano que escogió (él sí físicamente) ser veracruzano- o poetas como Ramón Rodríguez y Ángel José Fernández, los más jóvenes José Homero y Juan Joaquín Pérez Tejada, muchos de ellos amigos míos.

Gracias al apoyo del FONCA pude residir en Veracruz algunos meses, entablar largas y repetidas conversaciones con algunos de ellos, como con Juan Vicente Melo, descubrir (para mí, obviamente, ella es muy conocida y prestigiada) a Ida Rodríguez Prampolini –fue mi vecina y mi casera en un faro mágico que había construido su hijo-, ir a Xalapa y frecuentar a Sergio Pitol, cuya maestría como escritor y cortesía en el trato, me parecen un verdadero modelo.

José Luis Rivas, poeta y amigo imprescindible, fue otro faro que me guió en mis correrías veracruzanas. A través suyo entré en contacto con Luis Arturo Ramos, a quien había empezado a leer algunos años antes. En las conversaciones con Francisco Hernández y Silvia Tomasa Rivera pude constatar que las generaciones posteriores a Galindo tenían mucho que decir… y lo decían. Julián Meza, desde el D. F., me recordaba que Veracruz era producto de mi imaginación. También en el D. F., pero como si se paseara por el malecón o por algún cafetal, nervioso y observador –como tomando apuntes para una futura novela, en donde un detalle puede dar para varias páginas- Jorge López Páez.

Lo que había parecido un trabajo de periodismo literario se me fue volviendo una novela. Los escritores eran personajes de una trama invisible que de pronto se me revelaba. Me hablaban de sus lecturas, muchas de ellas con coincidencias significativas, de su evolución y de su vida personal, y de pronto todo se convirtió en un guión, una representación teatral que se escenificaba ante mis ojos. Como parte de la magia que envolvió esta experiencia y mucho antes de pensar en estas Playas borrascosas, encontré un taller de dramaturgia con Hugo Argüelles, en donde más que aprender a escribir aprendí a ver la vida con ojos de escritor. A su amistad y a su magisterio deben mucho la virtud de este libro y la fortaleza con que trato de afrontar los nortes que a veces quieren impedir que los proyectos lleguen con bien a puerto.

En esos meses fantásticos que pasé en Veracruz visité con frecuencia a Juan Vicente Melo. En ocasiones le hice sufrir, como a varios de los entrevistados, la compañía de mi hija Teresa, recién nacida, que sin embargo se portaba muy bien. La entrevista con él me parece representativa de lo que es este libro: un esfuerzo de conocimiento más allá de las fechas y los datos biográficos. Incluso –si se quiere- más allá de la obra misma.

En la entrevista cuento un poco de la historia de lo que sería su último libro, la novela La Rueca de Onfalia. Lo poco que tengo que ver en que ese libro haya visto la luz pública me llena de orgullo, sobretodo la alegría que vi en Juan Vicente cuando repasábamos algunos de los capítulos en su borrador mecanografiado. Su muerte me tomó por sorpresa, aunque hacía años se esperaba, a veces como un señuelo más de su capacidad de seducción.  Me hubiese gustado haberle podido mostrar este libro y tal vez fue eso lo que me llevó a publicarlo sin esperar a completar las entrevistas.

A todos ellos tengo que agradecerles la paciencia con que atendieron mis preguntas y el interés que se tomaron al contestarlas. Ellos sabían que, a la vez que se volvían sujetos de una entrevista periodística, pasaban a formar parte de una historia más extensa, novela he querido llamarla aquí, sobre la que no tendría control. Espero no haber defraudado su confianza. Sobre todo porque, como buenos curiosos y fabuladores que son, cada uno quería saber del otro a través mío. Me encantó servir de lazo que une recuerdos de infancia, olores y sabores comunes, vergüenzas y tristezas compartidas. A lo largo de varios años, haciendo entrevistas he reflexionado sobre lo que estas significan: sé que la responsabilidad del texto es exclusivamente del entrevistador, pero también sé que nunca, haré decir,  en en aras de una fugaz oportunidad periodística, algo que no quiera ver por escrito –aunque lo haya dicho-, a uno de mis entrevistados. Si soy responsable de lo que escribo es porque respeto la decisión del interlocutor.

También sé que, en parte por lo dicho anteriormente, quien busque en este libro revelaciones verá su interés frustrado: mucho de ello lo han dicho en muchas entrevistas o en sus propios libros. A lo que aspiro es a que al verlos reflejarse unos en otros lo dicho adquiera mayor claridad, más cuerpo, un contexto casi familiar.

A lo largo de la revisión y corrección del libro en pruebas se planteaba la necesidad de darle un título. Varios de los entrevistados me hablaron, sin ponerse de acuerdo, de su admiración por Cumbres borrascosas de Emily Brontë. Después yo hacía la pregunta como en busca de un leitmotiv. Al final una pequeña paráfrasis me sugirió Playas borrascosas. No es que me sienta la Brontë, pero sí quisiera hacer sentir que mis entrevistados tienen la fuerza vital de sus personajes.

Cuando tenga en mis manos el libro publicado lo voy a mostrar a la gente como se enseña un pasaporte, como una señal de identidad, aunque sepa que no hay aduana que me lo solicite cuando llegue a Perote o a Xalapa, o a Orizaba o a Córdoba, al puerto del que me hubiera gustado no salir. Si al lector le comunica el entusiasmo por los escritores y su región, será un pasaporte legítimo.

 

 Ana María Jaramillo

Playas borrascosas, México, 1998             

Última actualización: Lunes, Junio 25, 2012 10:53 AM
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