Ómar García Ramírez
Este tomo, publicado por Editorial Común Presencia, reúne catorce cuentos de José Chalarca, narrador, ensayista y pintor manizalita. Los libros de donde se hacen las selecciones son “Color de hormiga” (1973), “El contador de cuentos” (1980) y “Las muertes de Caín” de (1993).
En la primera parte de la obra los relatos se acercan al hombre mito; y este, a su vez, confrontando su papel en la historia y en la cultura de occidente. Edipo dice que no, el primero y destacado cuento, plantea la idea de un antihéroe rebelándose contra su propio papel, enfrentando al tiempo mitológico para hacerse consciente de su historia. De esa manera afianza una voluntad de poder que le convierte en un personaje cínico, dispuesto a burlar la voluntad de los dioses sobre las cenizas de su propia estirpe.
El segundo, El pan de los perros, presenta a un Jesús de Nazareth consciente de su papel como redentor del pueblo elegido, pero hastiado al mismo tiempo de su rol de Mesías. Un hombre con la carga de un mito fundacional que enfrenta las dudas de su fe y la certeza de un martirio futuro. Un Jesús humano, demasiado humano y trashumante, quien prefiere seguir de largo, antes que buscar bondad en la fructuosa buena acción que deje como resultado una parábola inmortal.
La segunda parte del acopio antológico, transita los linderos de cierto erotismo de iniciación; la miseria de las relaciones burguesas en el matrimonio y toda la parafernalia del engaño en sociedad (La segunda pasión de Medea), donde, junto con la belleza que muere, agoniza también el amor, mientras los lazos de compromiso se convierten en hilos podridos de un viejo vestido. Mujeres de linaje y riqueza ven como la vida se marchita, mientras caen los pilares de su mundo. Buscan algo ya ido, gastado entre los pliegues de la rutina, y pasan por encima de sus seres más queridos, en busca del amor. Este, esquivo casi siempre, ha quedado reducido a una piel adolescente que se contorsiona entre los murmullos de la ebriedad.
Los devaneos de una mujer de provincias con sus enamorados y los ocultamientos de sus defectos de motricidad; (Color de hormiga) extraña cojera guardada con celo a la par con su virginidad, son tratados en otro de los relatos. Con el paso de los años, ella adquiere visos de leyenda; puesta en ficción, se aleja festonada de flores y perfumes de comuna hippie sesentera, mientras el mundo y la vida pasan de largo, sin aportar algo de dulzura a su rictus de existencia al margen del placer.
En varios textos y desde diversas ópticas, se abordan las relaciones entre hombres adolescentes y sus protectoras. Uno de estos relata la situación entre un joven con limitaciones mentales, quien en medio de una borrachera toma control y posesión de la casa en donde había sido acogido y hace valer su hombría a la fuerza, vapores etílicos de por medio. Todo esto tratado con lenguaje directo, diáfano, sin artilugios.
La tercera parte del libro trata sobre la violencia de nuestro país (Con el alma en la boca) ––en forma de monólogo íntimo––, referenciada en la vida de hombres accidentales, prescindibles, quienes son como la morralla arrastrada por ríos de terror. Carne de cañón convertida en cifras negras y de plomo. Violencia que al final toma rostro de jóvenes en cinturones de miseria empuñando armas en busca de una vida de aventuras y dinero rápido. Verdugos de cartel, violencia de adolescentes que tiñeron con flores de sangre desde los extramuros urbanos hasta las páginas de los diarios nacionales. Dar un rostro y una historia a la crónica roja, es un esfuerzo del escritor por hallar causas y razones de vidas humanas que, como torbellinos, se levantan sobre la muerte y la nada.
Chalarca es un escritor de recursos y de mucho oficio. En algunas líneas de sus cuentos aborda el mito; las frases están trazadas con maestría, rigor y erudición; en otras, sobre todo en las narraciones eróticas y de trasfondo social, el lenguaje se hace más pedestre y de estricta función narrativa; va mostrando situaciones y escenas donde permite que los personajes en su accionar exhiban facetas brillantes u oscuras con oportuna alternación. En muchas ocasiones el escritor logra desplegar como un manto de misterio; un aletazo negro, una reverberación ligera, que al final ilumina.
Tomado de: El Diario del Otún