El caldense José Chalarca ha cultivado con esmero diversas parcelas del conocimiento y del arte. Pintor, reseñista bibliográfico, narrador y estudioso de la caficultura, su nombre es uno de los referentes de las letras del Gran Caldas. El Biblionavegante, un viaje por la cultura del Mundo -Común Presencia, 2014-, ratifica la idea anterior: en sus 300 páginas recorre distintas geografías literarias y estéticas.
¿Comparte la opinión de la inexistencia de la crítica literaria seria en los periódicos y revistas? En su experiencia, ¿cuáles son las características que reúne un crítico de fuste? Además, ¿qué papel juega la crítica en la cultura de un pueblo?
Diría más bien que la prensa capitalina, la de provincia y las pocas revistas que aún subsisten, no tienen espacio para la cultura. Porque no es solo la literatura la que pasa, en la mayoría de los casos sin el más mínimo registro, sino también la música, la danza, el teatro, la plástica. Mucho menos puede hablarse de la crítica especializada para cada una de esas disciplinas.
En nuestro panorama no es posible distinguir críticos literarios que reúnan las exigencias que demanda su práctica como el conocimiento profundo y amplio de la literatura universal y vernácula, de las técnicas y tendencias literarias de nuestra época y capacidad de juicio. Y la crítica es esencial en la conformación, el desarrollo y la consolidación de la cultura.
El Biblionavegante, un viaje por la cultura del Mundo, refleja años de ejercicio de la crítica. Háblenos de la experiencia de volver a leer textos suyos publicados en los sesenta, setenta, ochenta y noventa para compendiarlos. ¿Qué encontró en ellos?
El eje central de El Biblionavegante lo constituye mi colaboración en la revista Consigna. Porque hice por espacio de 10 años el comentario de libros, uno por semana y a esos hay que añadir los que publicaba en la edición dominical de algunos periódicos. El primer sentimiento cuando pasé revista a ese material fue de sorpresa ante la cantidad y la amplísima visión de la literatura del Siglo XX que me proporcionó la lectura de los libros comentados. Al releer me sorprendió la unidad de criterio, además logré sostener en todos el mismo ritmo lo que me dio la seguridad de que habían cumplido con su función didáctica y proselitista en beneficio de la lectura, en primer término, y de los autores, después.
En varios pasajes de El biblionavegante se ocupa usted de la llamada crisis de la cultura occidental, propiciada por los avances tecnológicos. En este sentido, ¿cree que el libro sobreviva al auge de los dispositivos virtuales? ¿Están en crisis los estudios humanísticos frente a los llamados conocimientos prácticos?
Sí, me preocupa la suerte de la cultura occidental. No porque de un golpe vayan a desaparecer sus logros, no, es por la actitud que han asumido las últimas generaciones en las naciones y pueblos insertos en ella. Los jóvenes de hoy tienen una actitud negativa frente a la historia, no les interesa, no reconocen su papel y en muchas ocasiones la ignoran.
Sobre la suerte del libro frente a los aparatos electrónicos, pienso que se sostendrá. Porque ha logrado un desarrollo muy especial y cumple una función que muy difícilmente logran los aparatos. El libro, además de ser una máquina de lectura, es una escultura, una obra de arte en la que intervienen el diseño y la plástica. Finalmente, porque nada puede ser más entrañable y cercano al hombre que un texto y nada puede brindarle vivencias más cordiales y amables.
Además de comentarista bibliográfico, usted ha cultivado el cuento. ¿Cuál es su ars narrativa? En su opinión, ¿qué debe tener una ficción breve para ser memorable?
Inicié mi actividad literaria con el cuento, el comentario bibliográfico llegó mucho después. He publicado ya cuatro libros de cuentos: Color de Hormiga, El contador de cuentos, Las Muertes de Caín y Trilogio. Tengo listo otro, pero ya estoy cansado de publicar por mi cuenta para regalar.
El cuento es un género difícil que demanda una gran capacidad de sindéresis ya que el autor tiene que decirlo todo en un mínimo de espacio. Un buen cuento en primer lugar tiene que contar algo, es decir tener una anécdota y en su elaboración debe tenerse en cuenta una dosis de intriga, otra de suspenso y mucha gracia. Prefiero el cuento a la novela porque es lo que es y nada más, en cambio en la novela cabe todo y de todo. Entre los grandes maestros del género para mi gusto personal destaco a Chejov, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y un gran escritor norteamericano O. Henry.
Pienso que el cuento es sin duda mi género favorito; en estos días tuve la oportunidad de volver a leer aquellos infantiles de Andersen y desde mi corazón viejo sentí la emoción que velaron mis años mozos cuando fui atrapado en su fantasía.
Desviémonos un poco. Es usted un estudioso de los asuntos cafeteros. ¿Qué futuro le ve a la caficultura? ¿Seguirá siendo la bandera de la economía colombiana o le cederá el puesto a la minería, el turismo u otras prácticas?
La crisis de la caficultura parece que ya no tiene salida. Pese a que Colombia ha recuperado sus niveles de producción, el mercado sigue difícil. A este sector de la economía le queda el camino de los cafés especiales en cuyo mercado ha logrado una posición ventajosa y puede desempeñar un gran papel en el futuro mediano.
Háblenos de al menos cinco escritores que ocupen un lugar de honor en su parnaso personal. ¿Qué rasgos hay en las obras de ellos que le susciten admiración?
Yo hablaría de los autores que me han marcado y dejado una huella profunda en el universo de mis lecturas: Dostoiewsky, Walt Whitman, NikosKazantzaki, Jean Paul Sartre y Marguerite Yorcenar. A ellos les debe mucho mi vocación de lector empedernido y el deseo de contagiar mi sed de lectura al resto de la humanidad.
Tomado de: Crónica del Quindío