Entrevista del autor Luis Vidales

Las múltiples vidas de 2 Vidales

Una entrevista con Carlos Vidales

 

El poeta Luis Vidales y su hijo Carlos atravesaron el siglo XX de punta a punta. Durante ese trepidante recorrido vivieron los episodios más diversos de la historia literaria y política reciente del continente. En esta entrevista, el hijo del gran poeta quindiano repasa ese largo anecdotario protagonizado por él y por su padre.

 

Tanto Fredy Yezzed como yo conocimos a Carlos Vidales a través de la poesía. Poco a poco se nos fue revelando una persona fascinante, con una trayectoria llena de giros, que van de la literatura a la militancia, del Bogotazo al exilio, de Colombia a Chile, del M-19 a Suecia. Una vida intensa, plagada de anécdotas en las que sorprende la cercanía con personajes como Jorge Eliécer Gaitán, Pablo Neruda, Salvador Allende, Jaime Bateman, Carlos Pizarro, Carlos Gaviria y, por supuesto, su padre, el poeta Luis Vidales, primer secretario general del Partido Comunista Colombiano e integrante del grupo Los Nuevos.

En 2010, Fredy Yezzed publicó Párrafos de aire, primera antología del poema en prosa colombiano. La investigación para ese libro lo llevó a conocer a fondo la obra de Luis Vidales, pionero del género en el país, y a entrar en contacto con Carlos, valiosa fuente de información, no solo acerca de la poesía de su padre sino también de otros autores con los que había tratado, a los que había leído y sobre quienes aportaba acertadas reflexiones. Después de largas conversaciones a distancia, Carlos y Fredy se conocieron en Argentina, en 2012. La idea de hacer esta entrevista surgió durante un encuentro en el Bar Británico de Buenos Aires, famoso por contar entre sus asiduos a Ernesto Sábato.

Por mi parte, la forma en que conocí a Carlos Vidales fue producto de una extraña y afortunada casualidad, mediada también por la literatura: entre los muchos comentarios sobre una foto de la tumba de Gabriela Mistral, publicada por Fredy Yezzed en Facebook, el único que logró despertar mi curiosidad y revelarme algo desconocido acerca de esa imagen fue el de Carlos Vidales, quien en su juventud había visitado la tumba de la poeta chilena.

De recuerdos como ese está llena su vida. Parece haber estado en cada momento y lugar decisivos. Y no solo como testigo: vivió en carne propia el rigor de la historia, asumió múltiples formas de desprendimiento, volvió sobre las páginas de su padre, tomó las armas cuando fue necesario y las dejó de lado por cuestión de principios.

Durante un prolongado intercambio de mensajes entre Colombia, Argentina y Suecia, a lo largo de una cadena trenzada entre lo personal, lo literario y lo político, Carlos Vidales nos reveló ampliamente las excepcionales circunstancias en las que han transcurrido las múltiples vidas de él y de su padre. 

—Andrea Pinzón:

Carlos, naciste a finales de la década de los treinta, años bastante convulsos para la historia colombiana. ¿Cuáles fueron las circunstancias familiares que rodearon tu nacimiento?

Nací en 1939, año del inicio de la Segunda Guerra Mundial, lo cual marcó mi infancia por la intensa actividad de mi padre en favor de los judíos perseguidos por el nazismo y en apoyo a la lucha contra Hitler. Soy el segundo hijo de Luis Vidales Jaramillo y de Paulina Rivera de Vidales. Mi hermana Luz es un año mayor. Cuando nací, mi padre era funcionario de la Dirección Nacional de Estadísticas y en 1940 fue nombrado director de esta entidad por el gobierno liberal de Eduardo Santos, cargo que ocupó hasta 1946. Mi primera infancia fue de intenso contacto con mis padres, comodidad económica y mucha actividad intelectual y social en el hogar, de la que mi padre siempre me hizo partícipe: Jorge Eliécer Gaitán, Gabriel Turbay, León de Greiff y los Lleras, entre otros. 

En cuanto a tus años de infancia, ¿cuál es el primer recuerdo que tienes de tus padres? O algo que quizás tengas marcado en tu memoria…

Recuerdo que mi padre acostumbraba ponerme en un estrado para que echara discursos a los visitantes de la casa, quienes me aplaudían y me traían cajas de chocolates y otros regalitos. Gaitán y León de Greiff siempre me sugerían ideas. A los cinco años, yo me sentía como un “tribuno del pueblo”. Imagino que eso sería muy divertido para Gaitán, que siempre se reía con mucho entusiasmo. 

Una imagen que quizás uno puede formarse en la mente es la de Luis Vidales enseñándote a leer. ¿Cómo recuerdas tu encuentro con la lectura, con los libros?

Sí, mi padre me enseñó a leer, pero no de una manera escolar sino a través de conversaciones. Me daba una revista o un libro y me decía: “Ahí dice esto, aquí dice esto otro”. Poco a poco, haciendo analogías, las letras y las palabras comenzaron a tener sentido para mí. Las dos primeras palabras que pude leer sin ayuda de nadie fueron “Simón Bolívar”, en una revista Selecciones. Yo tenía entonces cuatro años. A partir de ese momento, la biblioteca de mi padre fue mi refugio preferido. Leía todo lo que podía, aunque con frecuencia no entendía nada. Los visitantes de mi padre estimulaban mi curiosidad por los libros. 

¿Cómo era el ambiente escolar?

Era un desastre. Todo tenía uno que aprenderlo de memoria. El catecismo, esa cosa horrenda, era la materia principal. Los profesores eran formalistas, acartonados, mojigatos, llenos de prejuicios. No se podía preguntar nada. Una vez –tenía yo siete años–, la maestra me dijo que recitara los mandamientos, y al llegar a “no fornicar” le pregunté: “¿Qué es fornicar?”. Y me respondió, furiosa: “¡No pregunte! ¡No pregunte porquerías!”. Años después pude averiguar cuáles eran esas “porquerías” y me parecieron muy sabrosas. Mis libros preferidos han sido siempre El libro de buen amor del Arcipreste de Hita, y Gargantúa y Pantagruel de Rabelais, por sus maravillosas lecciones sobre el arte sublime de la fornicación. 

Imaginamos que escribiste poesía en esos años…

Sí, mi primer poema fue un soneto. Tenía ocho años y había estado escarbando en la biblioteca de mi padre. Me cautivaron los sonetos de Petrarca y le pregunté a mi padre cómo escribir un soneto. Él me indicó las reglas de metro y rima, los cuartetos y los tercetos, y yo compuse un soneto horrible contra Laureano Gómez. Mi padre, orgulloso, se lo mostró a Gaitán, quien casi se muere de la risa y me mandó una caja de chocolates con su hermano. Mi segundo soneto, unas semanas más tarde, estaba dedicado a Italia pero era una alusión a Colombia y sus convulsiones. Para eso usé una frase de La divina comedia: “...nave que vas a la deriva, en plena tempestad, sin tu piloto…”. 

¿En qué momento mermó el entusiasmo con la poesía?

Creo que se debió a un comentario de mi padre. Un día, uno de sus amigos, Humberto Soto, comentó que yo había heredado la vena poética de mi progenitor, y entonces mi padre dijo: “Creo que eso no le durará mucho. Yo le veo más aptitudes para la ciencia”. Lo interpreté como una valoración negativa de mis calidades literarias y me desanimé. Años más tarde me di cuenta de que mi padre me estaba “programando” para la medicina, pues esa fue una de sus ideas fijas y la fuente de nuestros conflictos durante mi adolescencia. El hecho es que he comenzado a escribir poesía años después de su muerte. 

¿Qué poetas te impresionaron y te marcaron como escritor?

Aparte de Petrarca, que me cautivó desde la infancia, Walt Whitman, García Lorca, César Vallejo, Rubén Darío, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Rimbaud y san Juan de la Cruz. Después de los veinte años, Antonio Machado, sor Juana Inés de la Cruz y los grandes del Siglo de Oro español. Solamente después de los cuarenta he llegado a conocer a los grandes poetas norteamericanos, aparte de Whitman. Y entre los narradores: Poe, Maupassant y Mark Twain fueron la delicia de mi adolescencia, junto con Dostoievski, Gogol y Turgueniev. 

Hace un rato mencionaste a Jorge Eliécer Gaitán. ¿Cómo se conocieron él y tu padre?

Se conocieron en París, en 1927. También allí conoció a Gabriel Turbay. Gaitán se decía socialista; mi padre y Turbay eran entusiastas comunistas. Mi padre sostuvo siempre, en conversación familiar, que lo de Gaitán era un socialismo liberal. Cuando mataron a Gaitán, mi padre salió de nuestra casa de la calle 63 en Chapinero para tomar parte en la dirección de la insurrección. No volví a verlo durante un año, porque después del 9 de Abril fue apresado por el ejército y permaneció diez meses bajo corte marcial en la Escuela Militar. Él era uno de los jefes de la campaña presidencial de Gaitán y uno de los principales redactores del diario Jornada, órgano del gaitanismo. 

Vemos también en tu padre un alto grado de apertura mental al recibir a personalidades tan disímiles en pensamiento, pero quienes indudablemente sentían una fascinación hacia las letras, como Gabriel Turbay y Jorge Eliécer Gaitán.

Él siempre decía que quien no puede coexistir con gente que piensa diferente es un bárbaro y jamás podrá ser un verdadero revolucionario. Ahora, yo creo que con Gabriel Turbay y los Lleras se han tejido mitos de pura ignorancia, que han terminado por establecerse como verdades. En los años veinte todos los que he nombrado se declaraban comunistas, aunque el partido no existía. Cuando se fundó el partido, en 1930, algunos de ellos entraron a sus filas y otros decidieron trabajar por las ideas socialistas dentro del partido liberal. Gaitán intentó crear la Unir, coalición de fuerzas populares de tendencias socialdemócratas y socialistas, y fue duramente atacado por el partido comunista. Mi padre escribió cosas terribles contra Gaitán en aquella época, acusándolo de divisionista y traidor a la unidad del pueblo. Era una situación parecida a la que se presenta ahora con Petro. Después de un tiempo, Gaitán se convenció de que si quería llegar a la presidencia debía actuar dentro del liberalismo. Gabriel Turbay lo miraba con simpatía, pero le decía que en el liberalismo era esencial ganar la jefatura única y que sin ella no se ganaban elecciones. 

Algo que lograría Gaitán más tarde…

Pero Gaitán era impaciente... y bastante vanidoso. Mi padre y muchos otros le decían: “No dividas el liberalismo, porque perdemos frente a los godos”. Y Gaitán respondía: “Yo soy capaz de ganarles a los godos, incluso si una parte del liberalismo vota por el candidato oficial”. Los resultados de mayo de 1946, por si no se acuerdan, fueron estos: Mariano Ospina Pérez, conservador, 565.939; Gabriel Turbay, liberal y candidato oficial, 441.199; y Jorge Eliécer Gaitán, liberal disidente, 358.957 votos. Es decir, Gaitán dividió las fuerzas populares y contribuyó al triunfo de los godos. Con increíble generosidad, Gabriel Turbay le dijo: “Bueno, ahora debes ganar la jefatura única del liberalismo. Cuentas con mi apoyo”. Lo que pasó después es conocido. Toda la gente de izquierda que había apoyado a Turbay, incluyendo a mi padre, se volcó en un trabajo febril por Gaitán.

El asesinato de Gaitán marcó un cambio dramático en mi vida. Mi padre pasó a la clandestinidad, perdí el contacto con él mientras dirigía una red de radioemisoras clandestinas y llegó a ser el tesorero nacional de las guerrillas liberales (todo esto lo supe después). Yo caí en manos de parientes conservadores, laureanistas; se me acabó la infancia, la vida se volvió un infierno y de eso salí a fines de 1952, cuando mi padre pudo regresar a la casa y comenzaron los preparativos para marchar al exilio en Chile.

Cuéntanos, ¿cómo fueron las circunstancias de ese exilio?

Nosotros teníamos invitación de Perón para recibir asilo en Argentina. Pero al entrar en Chile recibimos un telegrama del presidente Carlos Ibáñez del Campo, dándonos la bienvenida y ofreciendo trabajo a mi padre en la Dirección Nacional de Estadísticas. Por eso nos quedamos en Chile. Mis hermanos y yo recibimos educación gratuita de la mejor calidad, una tremenda solidaridad y amistades que duran todavía. Yo me fui de la casa paterna y de Chile cuando terminé mis estudios secundarios, a los 17 años, y decidí estudiar medicina en Córdoba, Argentina. Mi padre regresó a Colombia en 1962, para trabajar en el Dane por invitación de Lleras. Mi madre se quedó en Chile ocupándose de mis hermanos menores y regresó a Colombia, al lado de mi padre, en 1970.

En Chile conocimos a todos los intelectuales importantes, al Comité Central del Partido Comunista, a Salvador Allende, con quien mantuve una gran amistad a pesar de la diferencia de edad, al sabio Alejandro Lipschutz. En ese país comencé en 1953 mi militancia comunista en la ilegalidad y lo recorrí pueblo por pueblo, incluyendo la Antártica, el desierto de Atacama y la Isla de Pascua. Chile me formó, me educó, me enseñó a pensar en la política moderna; mis primeros pasos como historiador los di estudiando la historia del proletariado chileno. 

 

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Última actualización: Miercoles, Abril 08, 2015 10:15 AM
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