Entrevista del autor: Gustavo Colorado Grisales

“Al igual que su contraparte Dios, el Diablo está en todas partes”


Gustavo Colorado Grisales es uno de los cronistas más leídos del Gran Caldas. Ganador del premio Semana Petrobras en 2011 en la modalidad mejor columnista de opinión.

El libro más reciente de Gustavo Colorado Grisales es: Crónicas del diablo —2013—, el cual fue publicado por Intermedio editores y es sobre el cual habló con LA CRÓNICA.

 Comencemos por el principio. ¿Qué hecho lo convenció de escribir un libro periodístico sobre Satán? ¿De dónde le vino la idea?

El hecho motivador fue comprobar como esas viejas creencias, consideradas propias del ámbito rural, mutaron hacia espacios urbanos, con las consiguientes adaptaciones. Pesó, además, la circunstancia de que Pereira sea cuna y sede de actividades del poeta Héctor Escobar Gutiérrez, apodado El Diablo, forjador de un mito en el que su propia biografía es protagonista. A eso se sumó el hecho de conocer relatos sobre situaciones acaecidas en lugares tan distantes como Ecuador y Cúcuta, que hacen pensar en una raíz común anclada, entre otras razones, en el manifiesto sincretismo experimentado al cruzarse tradiciones culturales y religiosas como la española, la musulmana, la negra y por supuesto la indígena.

Existe, además, otro elemento: independiente de su origen, las historias relacionadas con el diablo de origen judeocristiano se conectan siempre con alguna forma de ejercicio del poder. En esa medida se le invoca como aliado frente a los contrincantes o se busca mitigar cualquier efecto adverso de sus influencias en el mundo. Si usted mira la historia, siempre encontrará alguna de sus expresiones en las guerras, las pugnas por el poder político, el control de las fuentes de riqueza o la seducción sexual, que es en sí misma un poder. En este último campo no deja de impactar su poderosa presencia en el mundo del modelaje en particular y en el del comercio sexual en general. Mejor dicho, al igual que su contraparte Dios, el Diablo está en todas partes.
 
En Crónicas del diablo usted le sigue el rastro a la presencia del maligno en la cultura popular. De esa manera cuenta la historia de los mineros, de los traquetos, de las modelos que en algún momento hicieron negocios con Satanás. Luego de la investigación, ¿considera que hay algo en nuestra cultura que nos hace proclives a los tratos con el mal?

 Como le decía, el Diablo es una presencia universal, solo que a nosotros nos llegó la versión judeocristiana que lo presenta como enemigo de la divinidad. En esa medida, más que Colombia, considero que América Latina, desde México hasta La Patagonia, constituye una suerte de terreno abonado para sus múltiples manifestaciones. En ese tránsito, la cosmovisión de los conquistadores y los primeros misioneros católicos jugó un papel central. Como bien sabemos, las religiones vencedoras convierten en demonios a los dioses de los vencidos. Siguiendo esa ruta los clérigos peninsulares se consagraron con toda la vehemencia del caso a anatemizar las divinidades de los panteones indígenas y los ritos dedicados a su consagración. 

Por otra parte, debemos añadir que el talante animista —así lo bautizaron los antropólogos— de muchos rituales originarios de África occidental, de donde provenía un porcentaje alto de los esclavos traídos a estas tierras, le facilitó a los colonizadores la tarea de encontrar demonios en todas partes: la tierra, el aire, el agua, las plantas, las piedras, las armas y los alimentos fueron objeto de esa minuciosa pesquisa. 

Así las cosas, resultaba imposible encontrar un lugar o una persona que no estuviera de una manera u otra tocado por lo demoníaco. Vista así, su pregunta adquiere todo el sentido: sí, somos especialmente proclives a las manifestaciones del demonio.

Para muchos de sus entrevistados el Diablo no es una representación del lado oscuro del hombre sino un sujeto real. Háblenos de las ideas sobre este personaje con las que inició el trabajo del libro. ¿Cambiaron durante la pesquisa? ¿Qué piensa hoy del temido cornudo?

Digamos que empecé el trabajo con la natural y necesaria dosis de escepticismo frente al asunto abordado. Y que lo terminé... bueno, con un poco de menos escepticismo. Me explico: uno llega con la arrogancia propia heredada de la Ilustración occidental. Esta última se basa en la idea de que todos los fenómenos del mundo pueden y deben explicarse a través de la razón y su expresión más visible: la ciencia, materializada a su vez en la técnica. Pues bien, cuando usted se pasa varios años hablando con personas perfectamente razonables que le relatan sus encuentros con el diablo y sus avatares y para ello usan el mismo lenguaje que utilizan para referirse a sus negocios y acciones cotidianos, algo empieza a transformarse en su interior. 

No me refiero a que uno se vaya a volver de la noche a la mañana creyente en esas cosas. Pero sí empieza a formularse preguntas como estas: ¿Y si tuvieran, al menos en parte, algo de razón? ¿Y si de verdad detrás de todo esto alientan cosas que no pueden explicarse mediante la razón instrumental? 

Para un escritor esa nueva forma de escepticismo también resulta saludable, en la medida en que pone en discusión supuestas verdades incontrovertibles. Esto último a pesar de implicar el riesgo de que lo señalen a uno como una especie de cómplice de la superchería, cosa que ya me ha sucedido en varias ocasiones en diálogos con fundamentalistas del ateísmo. Mi conclusión es que existen parcelas oscuras del corazón humano a las que difícilmente podemos llegar. 

A falta de un nombre mejor, a los límites que las separan los bautizamos como fronteras entre el bien y el mal.
Usted ha publicado varios libros de crónicas. Es inevitable preguntarle sobre el fenómeno editorial de la no ficción. ¿Qué opinión le merece el tipo de periodismo narrativo que se hace en Latinoamérica? ¿Ante cuál colega se quita el sombrero? 

Como ya muchos lo han anotado, lo del periodismo narrativo, o de no ficción, como lo denominan los norteamericanos con esa manía de afirmar negando, es en realidad un género muy viejo. En la recién ‘descubierta’ América lo inventaron los relatores enviados por el rey de España para dar cuenta escrita de sus nuevos dominios. Con el paso del tiempo se les conocería como Cronistas de Indias. Cómo serían la desmesura y el talante incomprensible de lo encontrado, que se vieron obligados a inventar un nuevo género para dar cuenta de los prodigios y horrores que les salían al paso. Por eso considero acertadas las tesis de la escritora venezolana Susana Rotker cuando habla, no del surgimiento, sino de la invención de la crónica.

Usted me pregunta por los grandes maestros. Tendríamos que empezar por los ya mencionados Cronistas de Indias, sobre todo hombres como Cieza de León y Bernal Díaz del Castillo, dotados de una capacidad de observación y narración portentosas. De ahí en adelante podemos afirmar que cada siglo tuvo su puñado de grandes cronistas. Sin su concurso sería imposible reconstruir la historia. Menciono solo algunos, con el consiguiente riesgo de resultar injusto: Luis Tejada, Pedro Cláver Téllez, Gabriel García Márquez, Germán Castro Caicedo y Alberto Salcedo entre los nuestros. Gay Talesse, Tomás Eloy Martínez, Martín Caparrós, Leila Guerriero y Sergio González, entre los de otras latitudes.
 
 ¿Tiene algún proyecto periodístico entre manos? ¿Qué pueden esperar los lectores de Gustavo Colorado en materia editorial en los próximos años? 

Claro, tengo otro proyecto, pero aquí entramos en el terreno de las supersticiones. Desde hace muchos años, por experiencias adversas, me acompaña la corazonada de que si cuento lo que quiero hacer o lo que estoy escribiendo, sin terminarlo todavía, me empiezo a bloquear. Mejor dicho: me lleva el Diablo.

 

Por Ángel Castaño Guzmán
Especial La Crónica

Última actualización: Lunes, Abril 13, 2015 9:26 AM
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