(1903 - 1965). Aunque nació en el departamento de Antioquia, es considerado como “El Poeta del Quindío”, por su trabajo como docente durante cuarenta años y por sus versos, dedicados todos al Quindío y a sus gentes, lugar donde se gano el aprecio y el reconocimiento de toda la ciudadanía. Su principal eje temático estuvo enraizado en la naturaleza, el campo es el universo de sus versos, la mujer en su labor cotidiana, el campesino con su azadón, la puesta del sol, las estrellas y todo lo hermoso del firmamento; son los personajes exclusivos que deambulan a lo largo de su obra.
Sus padres, partícipes de esa epopeya de la esperanza que se denominó la colonización antioqueña, partieron con él desde Rionegro, cuando tenía cuatro años de vida y se radicaron en Calarcá, un incipiente caserío del antiguo Caldas, hoy convertida en la segunda ciudad del departamento del Quindío, a la cual siempre consideró como su tierra natal.
Allí creció bajo la sombra protectora de robles, cafetos y guaduales, se hizo maestro de escuela y empezó a cultivar la poesía como condición vital de su existencia. En 1938 recoge en su primer libro: Lotos, los poemas que ya se conocían en el ámbito literario regional, en los tradicionales juegos florales y en la naciente radio regional. Posteriormente aparecerían Canciones al Viento (1945), Cenizas (1949), Niebla (1953), Antes de la Noche (1955) y Murales del Recuerdo, que constituyen la totalidad de su corpus poético editado. Quedan algunos versos manuscritos, con correcciones del poeta, en poder de su familia que esperan ser publicados aún.
Luego de beberse todos los paisajes y de contar líricamente las historias, las angustias, alegrías y tristezas de los hombres y mujeres de su comarca quindiana, falleció en Calarcá el 27 de septiembre de 1965. Como homenaje póstumo, el Comité Departamental de Cafeteros del Quindío, editó una antología de su obra poética con el título: Baudilio Montoya: Rapsoda del Quindío. Con este nombre se quiso identificar el carácter social que caracteriza la voz de Baudilio Montoya. Una obra que en el sentir del escritor Lino Gil Jaramillo (1972): Transustanció en sus canciones las inquietudes sentimentales de la gente del agro y la aldea, de los campos y los caminos, por los cuales anduvo de pueblo, en pueblo y de mesón en mesón cantando y soñando, viviendo y muriendo, como los rapsodas antiguos o los trovadores medievales.
En Rapsodia del Quindío, el escritor y periodista Héctor Ocampo Marín afirma que la poesía de Baudilio Montoya es de corte romántica, concebida con notable dignidad; interpreta con sincero dramatismo la angustia del pueblo, los sentimientos de su gente, calidad que le da prestancia y prolonga la vigencia de esta poesía sencilla y trémula, pero autentica y honrada. Comprendida desde la perspectiva de la escuela romántica, trascendida por los poetas capitalinos de su tiempo, el crítico Jaime Mejía Duque vindica la producción poética de Baudilio Montoya: Con ostensible coherencia estética y moral siguió siendo romántico y braceando como tal por entre los desajustes y las fisuras de una modernidad que definía ya las avanzadas literarias de América Latina. Aseveración que permite validar y releer desde el contexto la obra producida por un autodidacto, que nació, creció y expresó sus vivencias en una Colombia que aún no iniciaba su transito definitivo de lo rural a lo urbano. No aparecen en la obra de Baudilio Montoya - no podrían aparecer sin sonar a impostación, a falsedad, a producción libresca, a ampulosa retórica - las angustias del hombre urbano, citadino, pero si una concepción metafísica que le permite acariciar desde la realidad vegetal que lo circunda una relación profunda con el cosmos.
El poeta y crítico literario Carlos Alberto Castrillón, autor de la antología poética: Quindío Vive en su Poesía (2000), señala respecto a la indagación metafísica de los versos de Baudilio: El solar es el espacio de sus versos, el ámbito de los recuerdos que alegran el dolor, el lugar de la cotidianidad. Es el sol, el campesino con su carreta, la mujer en su diaria labor, las estrellas que apenas se asoman y el crepúsculo como una 'opulenta catedral en llamas'. Pero es también el atardecer, no solo como el último aliento cromático de sol, sino como la puerta de entrada a los misterios nocturnos. Es el árbol que crece con la savia de los muertos, y desde el cual el alma puede asomarse de nuevo al mundo. Son las cosas en las que se hace perenne la memoria de los muertos. Es la intuición metafísica que ve la armonía del cosmos que se repite en la flor y en la semilla. Sin duda alguna su condición de poeta social, en el doble sentido de la palabra: aquel que participa de la vida cotidiana de un grupo humano, y aquel que da sentido a su obra denunciando atropellos y tropelías de los poderosos, es la que ha hecho perdurar su legado literario en el corazón de sus coterráneos sobre la obra de otros poetas, considerados por los académicos, de mayor proyección nacional. En su comentario sobre el Baudilio, Carlos Castrillón agrega: El magnetismo natural de su persona y la presencia en su obra del sentir conjunto de un pueblo, lo convirtieron en el poeta más popular entre nosotros. Ningún poeta quindiano ha sido tan conocido, admirado y leído, ni sus versos aprendidos por todos como los de Baudilio Montoya.
En el capítulo Poemas de la Gleba, del Rapsoda del Quindío, la voz de Baudilio se alza con su arsenal poético para denunciar el engaño social del mito navideño, se apoya en versos menores que reiteran la nadería de la costurera frente a quienes se lucran de su trabajo y recurre al soneto para realizar en un apunte rápido, que tiene el encanto de los bocetos, la inicua existencia del perro proletario condenado a la limpieza social, símbolo absoluto del desarraigo y la miseria. En Poema Negro, acude al barroquismo para pintar el fausto al que no será invitado el hijo de algún lejano y oculto sacrificio. El poema Guardián participa en su esencia de ese sentimiento cuando expresa la tristeza de la pérdida de uno de sus perros por culpa de un magnate engreído por el triste poder de su dinero. Y falta en la antología la inclusión de un poema que señala la farsa social de una religión que tiene como mandato la caridad, un poema dedicado a Pacheco El Carbonero, cuyos hijos no tuvieron suficiente dinero para pagar a los clérigos venales los gastos de su entierro.
Baudilio clama por su tierra, por su paisaje, por su gente, por una violencia secular que se ensaña con el más pobre, con ese José Dolores Naranjo, que también fue símbolo nacional en la caricatografía política de Hernando Turriago, Chapete, y de Hernán Merino, en un periodo de la historia colombiana que parece duplicarse en la actualidad con ese horror de los espejos que lamenta Borges. Un tiempo detenido en la barbarie que permite al poeta perpetuar su voz para reclamar hoy por sus pescadores, por sus carboneros, por sus costureras, por los miles y miles de desplazados, campesinos sencillos, sencillos como su campo, de esos que cantan y siembran y que rezan el rosario y a ninguno le hacen mal, porque detestan el daño, hombres buenos que no saben qué vientos los han arrancado de sus parcelas.
Texto de Carlos Alberto Villegas Uribe