Textos del autor

Prólogo de la novela Leo von Hiena.

 

Soy un Psicólogo y me limité a recoger la información de Leoncio del Lobo White y lo hice durante los años 1958 al de 1973, recogí los testimonios escritos y hablados sobre el “paciente”, “loco”, “demente”, “orate” y otras etiquetas que se dan al que llega a una disfunción cerebral.

Los documentos pertenecen a su juventud, y los escritos últimos de su hoja periódico Área de Incertidumbre.

El sujeto entregado al Psiquiatra fue Leoncio Del lobo White, por parte de la familia para evadir el rumor social de poseer un pariente enfermo del cerebro.

La tradición del siglo XX y los anteriores ocultaban al llamado “loco”, y los que tuvieran deformidades físicas eran mandados al “cuarto de San Alejo”.

El enfermo, en este caso Leoncio, por decir lo menos de un individuo que se opone a la tradición.

Escribía en cualquier cartón que encontrara en la calle en un lenguaje abstracto. No se ha podido descifrar ese lenguaje críptico en las academias especializadas.

La supuesta hermana, Petra, contó los detalles íntimos de Leoncio, en grabaciones que se encuentran archivadas en el manicomio de San Juan de Dios.

Para no faltar al rigor científico, se tomaron notas de las disertaciones del Psiquiatra, a pesar de que los Psiquiatras dicen que los Sicólogos son los “saca-micas” por excelencia.

Dicen que Leoncio mató a un adolescente de su misma edad. Cuentan, porque no quedó legajo judicial  que Leoncio disfrazó al adolescente de San Sebastián matándolo con una flecha para lograr realismo. Manifiestan que Don Jacobo tapó el crimen con dinero e influencias. Pero la verdad es que sobre este hecho no queda documento.

Lo único que ha quedado claro es que Leoncio Del Lobo escribía en jerga cuando quería, por furia o por alguna razón desconocida, expresar sus sentimientos.

Era el caso de un demente “sin importancia colectiva”, como decía el francés.

En la lingüística moderna se cambia como si esto mejorara el problema, hoy se dice “paciente” al “loco” porque el mundo del “loco” quedó atrás, según la “Anti-psiquiatría”.

De todas maneras, Leoncio del Lobo W., fue numerado como el caso 130643, de esta manera facilitaría la inserción de su “Hoja Clínica” en una carpeta.

Cuando fue consultado el archivo parroquial, se comprobó que Leoncio Del Lobo White era hijo de Jazmín Del Lobo y padre desconocido.

Leoncio era específico en su figura. No pasaba inadvertido. La gente se acostumbró a su presencia. Él seguía absorto en sus manías diarias. Simplemente era un hombre con gabán y un cartapacio de papeles en la mano.

Leoncio vivía perdido en el mundo del silencio, porque nunca hablaba. Andaba, recorría las calles de arriba para abajo sin rumbo fijo.

Permanecía solitario. Ningún delirante camina en compañía. Parecía envuelto en una meditación eterna.

El silencio se confunde con la inteligencia.

¿Tendrá el “insano” recuerdo?

¿Quién ha visto el interior del movimiento del pensamiento en la masa encefálica?

Leoncio buscaba la manera de convertir cada sensación evocada en una palabra de su invención que la convertía en clave; esas palabras extrañas las publicaba en un periódico que a veces aparecía. Lo que escribía es de imposible traducción. Lo más cercano era el lenguaje de los poetas franceses Breton, Mallarmé, etc.

A veces un sonido gutural condensaba una vivencia del “aquí y el ahora”, lo hacía a menudo cuando recordaba algo.

Otras veces, de ello dejó constancia, con un golpe nervioso del trigémino recogía una historia en movimientos faciales. A esto se llama “tic” en el habla corriente.

El Psiquiatra que lo atendió aseguraba que cualquier cosa permitía una lectura real, y para descifrar el mundo del inconsciente acudía a los juegos de las claves y los dibujos que Leoncio hacía, en nada se diferenciaban de los cartones que mostraba como obras de arte que el vulgo mal llamó garabatos, que dista mucho de su real interpretación.

Leoncio publicaba con cierta frecuencia. Lo cierto es que ese idioma extraño, decían, era una ofensiva contra el sistema. Pero a nadie molestó que se encontrara con escritos impugnatorios, pero como era de imposible descripción, la sociedad lo dejaba pasar: “Lo que no se comprende no ofende”.

No imploraba caridad, por lo tanto no era incómoda la presencia del “loquito”.

Otros, afirmaba de “aberraciones” como la homosexualidad, fumar marihuana, el tomar “pipo”, etc., y muchos “pecados” más.

El que lo veía por primera vez no lo definía como “loco” o “mendigo”, luego por los comentarios el visitante sabía que estaba “mal de la cabeza”.

Leoncio nunca se cambió de ropa. Era como un fantasma que deambulaba por las calles, con una carpeta llena de papeles; poemas crípticos, cartas, recortes de periódicos; esas constantes certificaciones que hace la civilización para demostrar que existe.

Hay mucha gente, especialmente los  señores historiadores, que deja la constancia del ayer. Muchos tienen opiniones encontradas sobre Leoncio.

La tradición popular lo dejó Leo, porque así firmaba sus escritos. Lo de “Leo”, era homenaje al rey de los agresivos animales aunque “careciera de razón”; el león es el habitante de la selva y con su presencia impone la Ley. Eso de llamarlo “Leo” estaba relacionado con los animales que no tienen pasado ni futuro, porque el “loco”, según la tradición, vive en un presente perpetuo.

Leoncio Del Lobo, era como don Quijote que luchaba contra dragones, hidras, basiliscos y otras alimañas. A don Quijote lo respetan porque es ficción, pero como Leoncio estaba “loco”, no merecía respeto.

Una de las pocas veces que habló fue cuando comentó al Psiquiatra que su cerebro se iba llenando de palabras que se introducían en completo desorden por cualquiera de los ochos esfínteres, que se incrustaban en su pensamiento y que allí iban creciendo de una manera desproporcionada hasta convertirse en una serie de olvidos que crecían como coleópteros, produciendo cargos de conciencia de lo que pudo ser y un destino ciego no permitió.

Estas palabras invasoras, obsesiones, luchaban por fijarse en la memoria y quedarse allí, pero a veces, salían de esa prisión en forma de poemas, novelas, escritos de difícil interpretación.

Las pocas veces que habló, reconoció que vivía en un combate singular con la realidad. Afirmó que sentía en carne propia los militares que golpeaban en la calle a los manifestantes; le dolía ver a esos vendedores callejeros que no se doblegaban a pedir el pan nuestro y eran llevados en camiones. Le dolía eso y mucho más.

Su oposición en escritos donde afirmaba que alguien estuviera sufriendo tortura, exilio, desplazamiento, ostracismo, discriminación. Se negaba a lo que consideraba injusto.

Luego de ese incidente hablado, nunca más se volvió a expresar. Para conocer de sus intimidades el Psiquiatra se valía de su hermana tía.

Leoncio leía mucho. Uno libros los compraba en librerías de segunda, otros se los facilitaba la gente; esos libros eran su pasión; no discriminaba a Corín Tellado o a Havel, pues los impresos contenían muchas huellas imborrables, como las revistas, actas notariales, propagandas, recibos, etc.

Era en definitiva un filósofo que no escapaba a las terribles contradicciones del hombre. Mientras rumiaba un libro, extraía lo mejor y lo dejaba plasmado en un escrito que sólo él comprendía.

Más aguda que su memoria para leer, era su olfato. Cuando algún estímulo lo remitía al pasado: un libro, un olor o la visualización de algo, regresaba a ese tiempo; vivía lo ya vivido de manera nítida.

Por estas razones nunca comprendió Leoncio, así consta en el informe del Psiquiatra, que su vida fuera un permanente pasado que se convertía en presente cuando le llegaba el estímulo.

Comprendió que la mujer no le atraía ni representaba una meta para el goce. Sabía, por los escritores religiosos, que la mujer era un ser despreciable; la mujer era un raro elemento no ajustado a su naturaleza y odiado por los Santos Padres: “¡Dios es misógino!”, decía.

Los primeros, San Pablo, Orígenes y Tertulianos, que vieron en la mujer una prolongación del mal. Y Dios por boca de San Agustín dejó en claro que era poco afecto a la mujer.

Leoncio, de adolescente, llevaba un diario y apuntaba que la mujer era un ser desvalido y pegajoso, tal como lo afirmaban San Luis Gonzaga y los ilustres castellanos que solicitaban obediencia incondicional de la mujer; por lo tanto, estaba impedida para comprender el por qué había mordido la manzana.

Ese sentirse diferente en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, por esa sexualidad trastocada, le causó una profunda tristeza y se dedicó a dolorosos silicios para curar ese mal que la ciencia y al religión objetaban de manera drástica.

Desde el Levítico, libro de la Biblia, al que tiempos  después le dedicó el último escrito, ya estaba señalado lo que sufriría el creyente que padeciera un mal abominable que estaba rechazado por el orden sabio de la naturaleza y de Dios.

Leoncio se desesperanzaba a medida que iba encontrando en la historia juicios a los aberrados.

Inquisiciones y condenaciones les esperaban a los que seguían a Caín, porque no fue con una quijada sino con su propio falo que Caín venció a Abel.

Lo anterior fue la recopilación de los documentos y las investigaciones que llevé como Psicólogo de 1958 a 1983.

Leoncio falleció en el año 1983. Nació en 1928 y murió a los 55 años.

Se desprende entonces que Freud, Marx, no se imaginaron cuando escribieron sus tratados, que la humanidad tendría avances que ellos no imaginaron.

Por lo tanto, Freud y Marx fueron muy acertados en su momento, pero en esta realidad las relaciones de los hombres han cambiado de una manera total.

Hoy sólo sirve una ciencia que prediga el futuro; los futurólogos se pueden aproximar a las realidades del hombre, que vive cambiando de una manera acelerada.

¿Es el hombre de hoy el mismo de 1914?

Última actualización: Lunes, Junio 25, 2012 10:07 AM
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