Octavio Escobar y su trilogía narrativa caldense
Por: Orlando Mejía Rivera.
En general, el paso de los años lleva a las personas a tomar el tobogán del descenso de la vida. Se deterioran la fuerza y la agilidad del cuerpo, las esperanzas en el futuro se derruyen ante la cotidianidad gris donde ya no sucede nada. A la memoria se le adhieren agujeros profundos de olvido y después de los cincuenta años la niebla del escepticismo llega a nosotros como un bálsamo de tranquilidad o una lucidez melancólica. Sin embargo, ese mismo tiempo transcurrido, que se convierte en la lepra de las ilusiones humanas, es también el mejor regalo para el sabor de los vinos y la escritura de los novelistas.
Las últimas novelas de Octavio Escobar Giraldo reflejan esa madurez de su oficio literario y el logro de un estilo propio identificable para el lector, basado en las técnicas del minimalismo narrativo y en los diálogos secos y creibles que están construidos sobre el silencio de lo no dicho. De igual manera, su mundo narrativo que se inició huyendo de los espacios propios de su región y su ciudad, viajando con la imaginación a la Nueva York del Último diario de Tony Flowers(1995), o al Madrid de El álbum de Mónica Pont (2003), o al Juanchaco de Saide (1995), ahora vuelve con nitidez explícita a las coordenadas de su departamento Caldas y de su ciudad Manizales. Este retorno es otro signo de su madurez de escritor y la comprensión de que uno de los mayores retos para un novelista es, como señaló el gran Tolstoi, descubrir la universalidad de su aldea.
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En 1851, folletín de cabo roto (2007) el autor nos cuenta de las aventuras de Juan Escobar, de sus amigos, de su familia, de sus amores, ubicadas en la mitad del siglo XIX en las tierras de Antioquia la grande; nos hace introducirnos en la historia de los arrieros, de la colonización antioqueña, del episodio de la denominada concesión Aranzazu, y en los orígenes de pueblos como Salamina y Neira. En este contexto es una novela histórica, que gracias a la voz narrativa principal en tercera persona, tiene varias de las características de lo que el crítico Seymor Menton denominó "Nueva novela histórica": Ficcionalización de personajes históricos, alteración consciente de la historia y, en especial, la presencia de la metaficción y la intertextualidad. Veamos un buen ejemplo de metaficción. Juan Escobar y Serafina, la esposa de su primo, acaban de tener una intenso acto sexual, donde a pesar de la inexperiencia y el recato de ella, la mujer se atrevió a felarlo con resultados exitosos. Después la voz narrativa comenta: "¿La escena precedente es factible antes de Freud, Brigitte Bardot, Henry Miller y el código Hays? Consideran los expertos que en el siglo XIX el sexo orogenital era una delicadeza confinada al burdel." La intertextualidad explícita de la novela atraviesa toda la obra y el autor al final da cuenta de los libros de historia y de ensayo que le sirvieron para la documentación de su libro.
El personaje Nicanor Duque, comerciante y buen amigo de Juan Escobar, es el lector del Quijote de Cervantes que permite que el libro tenga la presencia no de un intertexto más, sino del hipotexto central (en el sentido que le da Genette a la expresión) de la novela 1851. La relación que se establece con el Quijote no es paródica, ni irónica, ni imitativa, sino de una continuidad alegórica. Lo quijotesco como alegoría se encuentra en la vida dura, pero noble, de Juan Escobar y sus amigos. Lo quijotesco entendido como esa tendencia a creer en los afectos duraderos, en los sueños de una existencia distinta a la realidad, en la búsqueda de sí mismos a pesar de las adversas condiciones del medio.
1851 es un texto que se nutre de la ambigüedad y no toma partido evidente por los hechos históricos que se relatan allí. Sin embargo, entre líneas aparece expresada la crítica sociopolítica que representa la anécdota histórica de la concesión Aranzazu. La obra revela algo que se puede rastrear hasta nuestros tiempos actuales: el contubernio entre poder político, despojo de tierras y posterior legalización fraudulenta de las mismas. Todos sabemos acá que en el origen de varios poderes regionales familiares se encuentra la apropiación indebida de tierras a campesinos en distintas épocas de la violencia política de Colombia. Casi que la historia de la novela es también una metáfora de un fenómeno que viene desde tiempos de la Colonia y que sigue vigente con otros nombres y tierras. Esta novela de Octavio me ha recordado que la literatura tiene el poder de no hacer olvidar lo que algunos están interesados en sepultar para siempre.
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En Cielo parcialmente nublado (2013) su protagonista Andrés Giraldo vuelve a Manizales después de 13 años de vivir en Madrid. Es el enero de la feria del año 1999. Su regreso es obligado debido a que su madre le cuenta que su papá se está enloqueciendo, porque ha comprado un baul donde guarda sus objetos más preciados y ha dicho que venderá la casa, pues a la guerrilla le están negociando el país en el Caguán y Pastrana dejará que se apoderen de él. Cuando Andrés le dice que está exagerando, Jaime le contesta: "Este país se está acabando y yo soy parte de él, no soy como usted que tiene su vida en otra parte". Mientras deciden conseguirle una cita con un psiquiatra, amigo de su hermana Maria Fernanda, los lectores vemos aparecer la principal protagonista de esta novela por medio de los ojos de Andrés: la ciudad.
A través de una serie de diálogos concisos y de escenas que recuerdan al lector la intensidad narrativa cinematográfica, que ha influido tanto a Escobar, somos testigos de la ciudad interior y simbólica, ademas de la espacial. Giraldo vuelva a caminar por su ciudad como un coleccionista de recuerdos remotos: el barrio Estrella, la avenida Santander, su restaurante italiano favorito, el bar San Carlos, la Alta Suiza, Chipre y su niebla londinense, el estadio nuevo y su evocacion de los domingos de fútbol con su padre agitando la bandera del Once Caldas. Pero también, en medio del bullicio de la multitud en fiestas, detecta esas mismas jerarquías antipáticas que nunca le gustaron: el decadente político al que todos le rinden pleitesía, el compañero de colegio que vive de sus apellidos y del arribismo social de su mujer, la facultad de arquitectura de donde salió echado por el escándalo de subirse una noche con su amigo Juliancho a la torre de madera del cable, cuando soñaban con ser directores de cine. Ese mismo amigo, que también huyó para Bogotá, era con quien se burlaba de la letra del pasadoble Feria de Manizales: "fiel surtidor de hidalguia" --- era para Julián Restrepo una ridiculez o una eyaculación, y el segundo ---- "Manizales rumorosa" --- la constatación de la capacidad para el chisme de sus habitantes."
En realidad en esta novela no pasa nada escandaloso, ni terrorífico, ni misterioso, porque Octavio ha escrito una novela de la clase media colombiana y en donde las pequeñas vicisitudes de la cotidianidad de sus personajes son la vida misma. La violencia de la guerra fratricida, las masacres de los paramilitares, los secuestros de la guerrilla, los ecos del Caguán, solo llegan por medio de la radio y la televisión, porque en realidad en "Manizales nunca pasa nada", como le dijo Andrés a su mujer española Angelines, antes de volar a su terruño.
No obstante, su regreso a la ciudad le permite la recuperación de los sabores y los olores de la comida de su mamá. Sin embargo, esa nostalgia saciada es también más un recuerdo que la realidad, porque cuando le expresa: "Esta es una de las cosas que más extraño en España, tus arepas --- la mordió"; ella le aclara que la que se está comiendo la compró en el supermercado, que hace muchos años dejó de hacer las arepas en la casa. Entonces, las nostalgias o las aversiones de Andrés por Manizales se van revelando como imágenes atrapadas por su memoria, y la ciudad real comienza a ser más extraña que el Madrid donde lo aguarda su mujer y su hija. Andrés, como el resto de los personajes, descubre lo que todos los ciudadanos de clase media del mundo saben: que el verdadero hogar es la familia y los afectos. Que las tragedias humanas son las tragedias del corazón.
Cielo parcialmente nublado es la novela Joyciana de Octavio Escobar, pero escrita con la estructura minimalista y fenomenológica de Chandler, donde los personajes no piensan, sino que actuan y hablan entre ellos. Pero, por eso mismo, aparece Manizales como la verdadera protagonista de esta historia; esa ciudad limpia, de apariencia tranquila, que de todos modos en ese año de 1999 tuvo algunos cambios silenciosos como los que le refirió su mamá Blanca: "No sé, mijo. En Palermo hay casas vacías porque se fueron familias completas."
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En Después y antes de Dios (2014) Manizales ya no es una ciudad "donde no pasa nada". Por el contrario, usando como pretexto dos hechos reales que tuvieron una profunda repercusión social hace más de una década (la estafa hecha por un cura joven de abolengos ilustres a las señoras de clase alta de la ciudad y el aparente crimen cometido por una prestigiosa abogada a su madre), Escobar revela las aguas turbulentas de la tranquila Manizales: los vínculos de los aristócratas locales, los comerciantes y los paramilitares. Las piramides y el lavado de dinero. Los políticos y las bandas de sicarios.
El curioso sector de la población denominado "los pobres vergonzantes", que según su personaje el cura Daniel Ardila: "Desde hace años el párroco de la iglesia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús solicita que los feligreses de los barrios Palermo y Sancancio apoyen económicamente a las familias con prosapia, tradicionalmente adineradas, que pierden sus riquezas por una u otra razón, por azares del destino. Incapaces de vivir con modestia o vender propiedades tan suyas como los mismos apellidos --en muchas ocasiones menos valiosas de lo que creían---, los rumores aseguran que en algunos hogares "prestigiosos" se ahorra comida para conservar la acción del Club Manizales o pagar las cuotas del automóvil último modelo". En este párrafo descarnado y sarcástico Escobar sintetiza mejor que cualquier mamotreto sociológico esa herencia manizaleña al arribismo social, que también ha quedado plasmada en la frase acuñada o repetida con ironía por otros manizaleños: "Comen pollo y eructan pavo".
Sin embargo, Escobar no escribe con rabia y resentimiento de su ciudad. Esta novela no es una novela negra, sino una parodia de la novela negra. No estoy de acuerdo con algunos de sus recientes reseñistas, que la ubican como una novela negra de denuncia social, a la manera de Chandler; o incluso, como una obra realista (de factfiction) a la manera de Capote y su A sangre fría. Es evidente el divertimento socarrón de Escobar a través de la voz narrativa de su protagonista femenina, que tiene mucho de los personajes de John Kennedy Toole, de Bret Easton Ellis y, en especial, de los intérpretes de las películas de Quentin Tarantino. La trama no está basada en la realidad del crimen mencionado, sino en la estética tarantinesca de la sangre abundante y las coincidencias que "rizan el rizo", que gracias a la imaginación de su autor y a un extraordinario ritmo narrativo logran atrapar y emocionar al lector.
Ahora bien, esta novela es, a mi modo de ver, la mejor obra que ha escrito Octavio Escobar, pero ojalá más lectores capten eso guiños irónicos, tarantinescos, incluso esperpénticos, que no tienen nada que ver con la amargura ni con el odio. Dicen que cuando Kafka leyó La metamorfosis a sus conciudadanos las carcajadas inundaron el teatro donde realizó su lectura. Fue después que la volvimos una obra metafísica y seria. Después y antes de Dios es una novela para disfrutar y sonreír ante su protagonista bigotuda, porque, por supuesto, no es la misma abogada, de carne y hueso, mi vecina Ángela, que vi y saludé por última vez ese miercoles 25 de febrero de 1998, en los parqueaderos del edificio El Carretero, saliendo del ascensor con una maleta pequeña de cuero, mientras su mamá yacía ensangrentada en su apartamento del cuarto piso.
Última actualización: Miercoles, Abril 15, 2015 11:28 AM