¿Qué le hubiera dicho el poeta Luis Vidales a su colega Juan Restrepo si estuvieran juntos? Vidales, sobresaliente en su la lucha contra el modernismo, quizás podría decir que la poesía hermética no le agradaba como tampoco le cautivaba la de Guillermo Valencia. Y como Vidales muchos críticos pueden sentirse relegados unos, o felices otros con ese tipo de poesía con la cual fue catalogado el enorme trabajo de nuestro poeta recién fallecido. El calado de Juan Restrepo Por Jaime Lopera Gutiérrez La tentación del hermetismo poético no es nueva: situada a medio camino entre la simpleza de una copla y un aforismo filosófico, este tipo de poesía acumula partidarios y disidentes. Una vez me acerqué a Neruda con el propósito de entenderlo como uno de mis favoritos en América y de repente tropecé, de manos a boca, con su paisano Gonzalo Rojas que me encandiló más de lo que suponía. Hasta entonces creía que la poesía hermética era una amiga de la razón y que la emoción solo le correspondía tenerla a los románticos, pero me tocó reconocer que hay para todos los gustos en la poesía. El chileno de Arauco me despabiló la metáfora y me mostró que no es necesario ser demasiado inescrutable para revelar los estremecimientos de la vida. Desconozco las influencias recibidas por Juan Restrepo Fernández mientras estudiaba psiquiatría en Buenos Aires. Tampoco es para desesperarse por eso, pero del sur trasladó muchos de sus poemas y allá hizo una gran parte de su obra. Cuando llegó al Quindío ya acarreaba varios libros y silenciosamente se fue ajustando a los cánones de su propia comarca. En sordina, eso sí, porque no le era propicia la algarabía aunque su nombre flotara en la boca de muchos. No obstante, la vanidad de los poetas no resiste demasiado el silencio y de vez en cuando salía a buscar a sus oyentes para que el deleite de sus versos viajara más allá de la espesura quindiana. Mal diseminada, leída a trechos por sus propios paisanos (excepto la tarea profesional de Carlos Castrillón, que no desampara a nadie) la obra de Juan Restrepo será todavía un enigma. En lo personal me niego a reflexionar un poema más allá de los límites que el mismo poeta exija –como las “balas locas” de las que hablaba Gonzalo Rojas—y por ello permanezco más en el umbral de los que olfatean las pasiones de los hombres para ofrecernos unos poemas en su verdadera estatura. Nada contra el hermetismo: solo que el gusto literario tiene sus propias reglas intangibles como el brote de una manotada de conceptos después de un verso, o un grito extravagante de entusiasmo por un adjetivo bien puesto. Tomado de: Crónica del Quindío
Leer publicación completa [+]La obra de Juan Restrepo Por Darío Ruiz Gómez Más de veinte libros de poesía escritos en el mayor silencio. Como única tarea, disimulada en las labores cotidianas, este eco de los días, ecos de noticias perdidas donde se asoma imprevistamente el rostro de los viejos dioses, el hilo extraviado de los viejos relatos. En ese sentido es preciso señalar en esta poesía algo importante: su alto grado de intemporalidad, alcanzado mediante esta escucha de lo inescuchable, de aquello que alienta en lo indecible. Lo cual señala una inmensa virtud en estos tiempos donde el éxito editorial se confunde con la calidad literaria: el saber colocar antes la poesía que los datos personales del poeta en un país donde el atraso cultural se pone de manifiesto en la persistencia de inventadas aristocracias del pensamiento, heredadas y confinadas por la supuesta minoría de siempre. Borrar los datos personales es hacer entender que lo que cuenta como experiencia no es la biografía sino ese hilo que el poeta ha rescatado de la locuaz voz de los tiempos. La supuesta premisa de que la poesía debe estar ungida al presente y debe ser huella y testimonio de éste es propia aún de cierta literatura nacional, pero aquí, en el caso de Juan Restrepo, la relación se establece con el único interlocutor válido: la poesía que no ha dejado de estar en el mundo, por encima de las cronologías establecidas por la Historia. De ahí que la noción de intemporalidad no constituya una huida de la realidad sino lo contrario, el adentrarse en la única realidad posible a la poesía, que no es otra que ella misma. ¿Dónde más estarían las geografías de la memoria, los templos de la sabiduría, la palabra que se hace eufonía al incorporarse, naturalmente, al paso del viento? Restrepo ha decantado las metáforas con que el surrealismo puso a flote la otra visión, la otra realidad alojada en el sueño, entrevista en el duermevela. O sea la otra gramática de vida en los ojos del subconsciente: aquello que no sabíamos que éramos nosotros y que gracias a la articulación poética de estas imágenes nos va descubriendo la sombra que vibraba detrás de la lógica diaria, como un presentimiento. Se entiende que el método seguido no es el del azar ni el de la llamada escritura automática, ni mucho menos el del extravío, sino el más difícil: el de la lucidez que brota del resplandor de la vigilia y va descubriendo sin sobresalto, sin ofensa alguna, aquello que duerme en nuestra alma cautiva por la nostalgia del orden antiguo. La mirada es así la de aquel que está suspendido en el aire y mira la lontananza, las miles de pequeñas olas que rizan el mar original. Antes de emprender el vuelo, antes de la alucinación ante lo que discurre ante los ojos de esta alma: la lucidez es entonces una estrategia ante las trampas del destino, ante el chantaje del dolor. Si digo presentimiento es porque esta poesía ha sabido mantenerse en el umbral, ha escogido el umbral no por temor a dar el paso hacia la exterioridad o para retroceder hacia la penumbra bienhechora sino porque mantenerse en el umbral significa carecer de párpados, significa dejar la palabra en el reino de la imagen sin que la destruya la iniquidad de una gramática. Leer el texto completo en: Portal Literario del Eje Cafetero
Leer publicación completa [+]LA DURMIENTE Duerme, que nadie ocupe ese espacio. Otras puertas y ventanas plantan allí, otro techo, otra mañana, otro nombre que al amanecer no aspira más que al cielo que le abres. No estás lejana, sí oculta en una luz donde nadie podrá nunca acompañarte. ¿Qué mediodía, qué tarde puede encerrar la mirada que por un momento yace? No hay caja ni tambor negro para tu luto ni olvido entre la lágrima. Sólo el cristal te sostiene, el ojo que en mí apacienta pues allí guardada correspondiendo a la transparencia calladamente tu cuerpo. GRILLO De tu brazo, verdeante, he podido descender junto al canto. Has saltado ascendiendo el ocaso hasta alturas sin tí.. Tan oscuras y un astro me has entregado, un techo, que en nada se me aparta. ALERO Qué duro te me adentras decapitado monte, vegetal aletazo qué duro hoy te me adentras. De niño trepé por tus rodillas, me llevaste en tus manos como lleva la arcilla el alfarero y vi allá de tus hombros colgar su saco el viento. Pero ahora, eres canto quebrado; ya no eres el alero, ese gajo que corría de muchacho por mi frente; te arrasaron, granero, tu espalda despeñaron, cayó como un polluelo tu tejado. Yace el péndulo ahora, cimbra el tendón en el aire, por tu andar desolado va cojeando mi carne. AL BALCÓN DE TUS LABIOS Al balcón de tus labios yo me asomaba, a mirar por tu cuerpo rosas, naranjas. Para que fuera, sí, pronto me dabas, la navaja de un beso para cortarlas. Filo de lilas y de albahaca, un manojo tu talle y tu garganta. Quién me diera quedarme en tu chambrana, no hubo balcón más bello en otra casa. DE ENCINA MORIRÉ De encina moriré, caeré de sombra, caeré fluvial de verde o de relámpago, me apagaré de breña, me iré de labio en labio, peña en peña, fluiré de trueno o grito de montaña. No quemarán mi pena como un leño, me dormiré de yunque, me apagaré de mar y de alarido, de manojo de azahares o estampido encenderé mi sueño. Templado a bronce, a mar, a hierro hirviente arriaré mis amarras, descenderé mi viaje manantial y creciente. ...¿Qué barro me incendió? ¿Qué arcilla vertió por mí su arcilla? ¿Qué tronco desbordó por mi tronco? ... ...Espumoso bramido, planicie palpitante siempre corriendo, siempre desbocada, siempre fluyendo sobre pena y pena desangrada...
Leer publicación completa [+]Antología de su obra inédita: El caminar de los oceanos (2011) Libros: La idea que verdece (Buenos Aires, 1953). La montaña incendiada (1969). El alba de los enterrados (1981). Las zafiros del reino (1989). El cetro de los anillos (1989). Los templos del ónix (1993). El leño de los sonidos (1999). El desvaneciente medio día (2000)
Leer publicación completa [+]Montenegro, Quindío, 1930. «La más alta voz lírica del eje cafetero» —es decir, del Gran Caldas— es llamado por el académico Héctor Ocampo Marín. Hizo su bachillerato en Manizales, se doctoró en medicina y se especializó en psiquiatría en Buenos Aires, Argentina, donde se incorporó al mundo cultural por más de treinta años, alternando con los más importantes escritores hispanoamericanos. Ahora ejerce su profesión en Armenia, donde, naturalmente, es figura de primer orden en la vida intelectual. A pesar de su profunda intimidad de entrega total a su trabajo de pensador y artista, ejerce la presidencia de la Sociedad de Escritores del Quindío. En 1995 la Gobernación lo condecoró con la Medalla al Mérito Artístico y Literario.Libros: |La idea que verdece (Buenos Aires, |1953); La montaña incendiada (1969); |El alba de los enterrados (1981);|Las zafiros del reino (1989); |El cetro de los anillos (1989); |Los templos del ónix (1993). Su primer libro tuvo prólogo de Rafael Alberti, quien lo saludó así: «La poesía empieza hoy a no sonar a nada. Es una especie de molesto runrún sin significación alguna. Tiene qué florecer de nuevo, restregarse la faz contra la tierra, hincar en ella sus raíces, absorbiendo la sustancia nutricia que la alce otra vez a cántico de aurora. Parecerá entonces que los pájaros trinan por vez primera. Y el hombre puro, virginal, los oirá con asombro. Esta idea verdece en muchos de los presentes poemas del joven colombiano Juan Restrepo. Matinal es la voz de este poeta. El nuevo día se levanta ante él». Al leer |La montaña incendiada Miguel Ángel Asturias, el Nobel guatemalteco, le escribió: «Querido amigo: En todo caso sepa ya que su poesía me parece magnífica y que debe usted refugiarse en ella lo más posible». Los poetas argentinos Bernardo Verbitsky, Daniel Giribaldi y Alberto Girri, así como la novelista Luisa Mercedes Levisson, consideran a Restrepo uno de los poetas más importantes de América. Girri dijo a propósito: «Es muy difícil no caer en el preciosismo al crear poemas tan elaborados como los suyos. Usted ha salvado con eficacia esta circunstancia. Sus poemas, especialmente los cortos, son realmente notables». En Colombia, donde es menos conocido (y menos reconocido por consiguiente), el periodista Héctor Moreno escribió: «Casi simultáneamente a |Los zafiros del reino aparece su obra de más honda madurez, |El cetro de los anillos, en la cual, al retomar las claves primordiales de su escritura, nos conduce a la esencia de lo poético y al hallazgo de un nuevo infinito... Al volver sobre sí misma y sobre el ser del lenguaje, renace la poesía revelada como «poesía de la poesía». Intemporal en su propio fundamento, en la esencialidad de su misterio. Eso es |El cetro de los anillos y su deslumbramiento». Y en el diario principal del Quindío hallamos este concepto de Ilda Baoth sobre el caso de Juan Restrepo: «... Parece que (aquí) no se sabe sopesar su magnitud creadora, su singularidad lírica que lo ubica entre los poetas colombianos más originales y profundos... La poesía de Restrepo no es para el entretenimiento ni para la declamación. A sus libros se debe llegar con sentimientos diferentes a los experimentados cuando leemos a los poetas clásicos del Quindío. A su obra hay que entrar con vanguardistas criterios de lo poético como lenguaje... La de Juan Restrepo es poesía universal, apta para adelantarnos a nuestra época en 20 o más años». Finalmente, la gran poetisa argentina Olga Orozco opina que Juan Restrepo «ocupa un lugar tan alto en la rigurosa poesía de nuestros días».
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