Orlando Mejía Rivera

Última actualización: Miercoles, Abril 22, 2015 10:05 AM

Entrevista del autor Orlando Mejía Rivera

Entrevista a Orlando Mejía Rivera Orlando Mejía Rivera El rebelde de Cronos Por Marcos Fabián Herrera Muñoz* Dueño de una de las obras más osadas en las letras colombianas, Orlando Mejía Rivera alimenta sus libros con el rigor de quienes bañan las palabras con la savia del humanismo. Conocedor de los silenciosos caminos que se trenzan entre la ciencia y el arte, este médico internista, filósofo y escritor, ha transitado con versatilidad los diversos géneros literarios. La vindicación de la tradición como inagotable fuente creativa y el aliento poético que emana de cada aventura con la historia y sus meandros, son algunos de los referentes visitados en este diálogo. Sus temáticas y obsesiones literarias lo alejan del escritor instintivo y silvestre y obligan a pensar nuevamente en la literatura nutrida de humanismo y tradición. ¿Ésta excentricidad surge del empeño en tomar distancia de lo frívolo y provincial? Es cierto. Nunca creí en la actividad literaria entendida como una especie de acto espontáneo nacido de la “inspiración”. Como decía Hemingway, recordando a su maestro Faulkner: la inspiración representa el 10% de la escritura y el 90% es “transpiración”. Es decir, arduo y concienzudo trabajo intelectual. Me molesta esa tendencia en escritores de mi generación y, en especial, en las nuevas generaciones, que no solo leen poco, sino que se ufanan de su ignorancia ante la cultura literaria. Algunos se atreven, incluso, a decir que no leen para no ser influidos por otros en la elaboración de su propia obra. Recuerdo con frecuencia a Borges cuando refiere que la literatura son cuatro o cinco metáforas que se han contado, de infinitas maneras, desde los comienzos de la especie humana. Por ello, hay que conocer muy bien las formas como otros han descrito las temáticas inagotables: la muerte, el amor, la traición, la desesperanza, la ensoñación, etcétera. En relación con la “frivolidad y lo provincial”, pienso que se confunde a la “levedad” (que es una categoría estética fundamental en la escritura que se opone a la “pesadez” como lo analizó de manera brillante Italo Calvino) con lo “chabacano”. Lo “provinciano” no es un asunto geográfico, sino mental. Los escritores más “provincianos” de Colombia los he conocido en Bogotá, pues algunos de ellos todavía creen en la arcaica división de “centros” y “periferias”. Con la globalización del conocimiento virtual, ya no existen esas barreras decimonónicas, que estaban sustentadas en que la información y los conocimientos llegaban en diferentes tiempos a las ciudades y a las aldeas. ¿Su ensayística hace de la especulación y el asocio de ideas la savia de la escritura? El Jardín de Mendel es un ensayo de divulgación científica y La muerte y sus símbolos un ensayo de antropología filosófica. Sin embargo, ambos están inmersos en mis convicciones de lo que debe ser un ensayista: un escritor que se atreve a intentar unir mundos diferentes, por medio de asociaciones poéticas y cognitivas, sin que le tema a la dictadura de los especialistas, que saben mucho de una sola cosa, pero terminan olvidando para qué saben tanto de ello. En mi adolescencia leí con pasión a poetas y narradores, pero también a los historiadores de la ciencia y a filósofos como Platón y Russell. Eran saberes distintos y yo los percibía como complementarios. Mis amigos poetas se burlaban de mis lecturas científicas, mis compañeros del club de ciencia se reían de que yo siguiera “perdiendo el tiempo” con los poemas de Neruda o Vallejo. Entonces, compré un libro (que todavía lo tengo) editado por el Fondo de Cultura Económica, titulado La filosofía helenística de Alfonso Reyes, en su primera edición del año 1959. Allí, en un breve prefacio titulado por el escritor mexicano como “Noticia”, leería uno de los argumentos más poderosos para continuar con mi vocación de “querer saberlo todo”. Reyes se queja de los eruditos en filosofía griega que se han burlado de su libro La crítica en la edad ateniense (1942) y que le recomiendan, al parecer, que escriba de temas que no tengan que ver con un campo de especialistas como el de ellos. Pero el escritor reivindica su derecho a leer y escribir de lo que ama y agrega este párrafo contundente: “El especialista podrá considerarnos acaso con alguna conmiseración, como nosotros a él, por nuestra parte. Pero andamos por la tierra algunos especialistas en universales”. Eso quiero ser yo como escritor —me dije con una emoción que sigo teniendo hoy a mis cincuenta años— un narrador “especialista en universales”. De allí mis búsquedas diversas y las asociaciones que provienen de disímiles disciplinas intelectuales.  ¿El paralelismo histórico en Pensamientos de guerra pretende provocar la reflexión sobre la forma en que el drama bélico signa los tiempos? En parte sí, pero quizá la idea va más allá. En esta novela muestro un anónimo profesor universitario de un país que nunca nombro de manera explícita, pero que los lectores identifican con Colombia, secuestrado y vejado por unos individuos que jamás revelan quiénes son ni porque le han hecho a él esto. De otro lado está la figura histórica del filósofo Wittgenstein, que se va de voluntario a combatir en la primera guerra mundial, como soldado raso, con la ilusión de que la inminencia de su muerte le permita, de manera paradójica, encontrarle el sentido a su vida. La guerra y la violencia en nuestro país parecen ser un “dispositivo automático” de mecanización infame que hemos terminado transformando en un “destino” colectivo. Es la violencia como “fin en sí misma”, un ritual que ya no es ni siquiera ideológico y pragmático, sino “paranoico” y “patológico”. En Manicomio de dioses el divertimento y la sabía confusión hacen de la suyas. ¿Es  la minificción un género para entrenar al lector obligándolo a sortear trampas? Las “minificciones” son un género literario autónomo, que requiere un proceso especial de escritura, como un tipo particular de lector. A mí me han fascinado siempre como lector y también como escritor de ellas. La clave del “divertimiento” de Manicomio de dioses está, a mi modo de ver, en lo siguiente: el humor negro es la matriz donde surgen todos los minicuentos, usando los instrumentos de la parodia, el sarcasmo y la ironía. Manicomio de diosesrequiere un lector cómplice que conozca, ojalá, los textos originales que luego yo transformo en finales distintos o interpretaciones diferentes a las históricas. La unidad conceptual del cuentario podría sintetizarse así: todo puede ser vuelto a leer de otra manera, el humor negro es un huracán que derrumba los más sólidos edificios de las ideologías, las religiones y las creencias antropológicas y personales. Pero también este es un libro donde primero que todo me burlo de mí mismo, como una terapia higiénica necesaria para podar las ramas de ese frondoso árbol del “ego” que tenemos todos los escritores. La brevedad no es facilidad. Para mí es lo contrario. ¿Al novelar la vida de Arthur Rimbaud en El enfermo de Abisinia, le fue necesario advertir más en sus azarosas vivencias que en su obra poética? Me interesaba recrear sus últimos años en Abisinia y bucear en sus mitos biográficos: traficante de armas y esclavos, vendedor de café, heterosexual tardío, aparente sifilítico crónico. Sin embargo, mostrar esa etapa de renuncia a su destino de poeta francés lleva también a iluminar, en mi concepto, el sentido profundo de su poesía. En ese sentido, la breve obra poética de Rimbaud está presente en la novela de una manera implícita cuando lo muestro huyendo de su destino de escritor. Ahora bien, el núcleo de esta novela nació de una hipótesis clínica que me surgió como médico especialista en medicina interna: la mayoría de sus biógrafos aseguran que su comportamiento extraño, en la segunda etapa de la vida, se debió, en buena parte, a una sífilis crónica que debió adquirir en sus aventuras amatorias con Verlaine. Una tarde, pensando en un ensayo crítico sobre Rimbaud, revisé el archivo de sus fotografías que he acumulado durante varios años y me llamó la atención una de ellas tomada por él mismo en los desiertos de Abisinia. Encontré un tinte azuloso-grisáceo en su piel y los cabellos grises casi por completo. Entonces, sentí una opresión en el corazón de la emoción, pues descubrí unos signos clínicos que podrían indicar que la enfermedad crónica de Rimbaud fue otra. El quiebre de las temporalidades y las imprevisiones historiográficas identifican sus cuentos. ¿En El Asunto García éste recurso busca explorar el azar que determina la historia? El asunto García es un cuento escrito dentro de las coordenadas de la Ciencia-Ficción y de un subgénero de ella que se conoce como: Ucronías. Desde el punto de vista técnico la ucronía surge de la siguiente pregunta: ¿Qué pasaría sí…? En este caso mi pregunta fue: ¿Qué pasaría si el nueve de abril de 1948 no hubiesen asesinado a Jorge Eliécer Gaitán, sino a otra persona, por equivocación, que en un futuro fuera muy importante para el país? Bien, desde ese interrogante se desarrolla todo el cuento cuyo final ya tú conoces. Las ucronías me encantan y como un buen lector de Ciencia-ficción pienso que tenemos toda una enciclopedia histórica para narrarla en formato de ucronía. De hecho, en los últimos años las ucronías han sido usadas por los historiadores, no como ficción, sino como hipótesis de interpretación alternativa de lo histórico y ya se escriben libros de “historia contrafáctica” que son muy valorados. Este cuento ha sido mi relato más conocido, publicado en distintas antologías y traducido a varios idiomas. A veces pienso, que la razón de ello es que el filón de la ucronía no está bien explorado en la literatura escrita en español y quizá aquí hay una veta creativa que aguarda más cuentos y novelas de temática ucrónica. ¿La escritura de Recordando a Bosé responde al  reclamo hecho a todo escritor de reivindicar su pasado y su origen telúrico?  Así es. Aunque toda literatura es autobiográfica, así uno esté escribiendo de extraterrestres en Júpiter o de Galeno en la Roma antigua, es cierto queRecordando a Bosé es mi novela más autobiográfica, donde traté de hacerle un homenaje a la Manizales de mi adolescencia y a una época ubicada a comienzos de los años ochenta. Al contrario de las otras novelas donde hay una fase investigativa previa amplia y detallada, en esta quise que fuese solo mi memoria de los hechos recordados, la fuente exclusiva de su trama y escritura. El tema de recordar el “tiempo vivido” la hace, en otro contexto, mi novela proustiana. De hecho, estoy convencido que los escritores somos unos individuos que nos negamos a aceptar nuestra adultez y añoramos, de manera persistente, nuestra infancia y adolescencia. Los escritores somos adolescentes perpetuos que a través de la escritura escapamos, por momentos o periodos, del mundo envilecido y pragmático de los adultos.   ¿Ha sido el ensayo el género que le ha permitido conjuntar la medicina y la literatura? Como ya te mencioné, la medicina está presente en todo lo que escribo, incluyendo el ensayo, la novela, las minificciones, y los cuentos. De igual manera, lo literario está mezclado también con mis libros de historia de la medicina o de divulgación científica. En mi caso, cada línea que he escrito, de cualquier género, la he hecho en mi condición indivisible de “especialista en universales”. Quisiera llegar a ser, como una meta utópica, un auténtico enciclopedista de la imaginación. Sin embargo, soy consciente de la sonrisa irónica de la muerte, que nos acecha al lado de nuestras ensoñaciones. Los escritores somos los hijos rebeldes que el Dios Cronos no alcanzó a devorar. *Escritor y periodista colombiano

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Última actualización: Miercoles, Abril 22, 2015 10:02 AM

Textos del autor Orlando Mejía Rivera

La guerra se había desencadenado. Las advertencias de los pacifistas nunca se tuvieron en cuenta. Jeremías Anderson fue el único sobreviviente del submarino nuclear de los ejércitos del norte. Recorrían los primeros glaciares antárticos cuando el motor falló y él, gracias a su fortaleza, logró emerger a las heladas aguas de la superficie y encontrar refugio en ese pequeño islote, que durante ocho meses del año estaba cubierto por una nieve espesa. Aprendió a sobrevivir por su conocimiento de los antiguos esquimales. Construyó un Iglú, sabía hacer un hueco en el hielo y cazar peces con un arpón improvisado hecho con su navaja y el cepillo de dientes. La carne cruda también se digería bien en su estómago de guerrero. El primer año confió en que sería rescatado y envió durante todas las noches señales electromagnéticas con su reloj de pulsera. No eran épocas para náufragos, ni islas desiertas, pues los satélites artificiales eran capaces de rastrear, desde el espacio, hasta el calor corporal de una hormiga o un ciempiés. Cuando cumplió los cinco años en esa inmensa soledad blanca, pensó que los enemigos habían ganado la guerra y, por ello, lo abandonaron a su suerte. A los diez años se cansó de mandar las señales y en un acto de desespero tiró el reloj al agua, a sabiendas de que sus pilas atómicas nunca dejarían de funcionar. A los quince años comenzó a olvidar su nombre y a veces se quedaba dormido fuera del Iglú, pero su cuerpo se había habituado a las temperaturas bajo cero y la sensación de frío era un vago recuerdo en su mente. Una mañana, del año veinticuatro de soledad, vislumbró en el agua una botella flotando hacía la orilla. Con excitación recogió el envase que reconoció como el recipiente de su marca de cerveza favorita y lloró como nunca lo hizo siendo adulto. Luego, se le ocurrió que si toda la tecnología le había fallado, enviaría un mensaje en la botella como en los tiempos de los antepasados. Utilizó la punta del arpón a manera de pluma y con la tinta de su sangre borroneó el mensaje en un pedazo de la tela de su camisa deshilachada. Allí especificó las coordenadas exactas de la ubicación del islote, dadas por su microcomputador de bolsillo. Luego arrojó la botella con toda su esperanza, se arrodilló en la nieve y, por primera vez, le imploró a un Dios en el que nunca creyó. A los treinta años decidió no volver a mirar el mar. Casi nunca salía del Iglú, comía, de vez en cuando, restos de pescado de meses o años. La barba le llegaba a los tobillos. Sus uñas eran tan gruesas como las garras de un oso y los pelos del pecho y de las piernas le habían crecido como si fuese un simio. A los cuarenta años tomó una resolución: dejaría de contar los días, los meses, los años. Una tarde, ya no supo de qué tiempo, volvió a ver, por casualidad, el brillo inconfundible entre las olas. Con indiferencia y dificultad cogió la misma botella tirada por él. Dentro había un pedazo de papel, no era la tela. Con sorpresa, todavía humana, abrió los ojos semiciegos y leyó: "He recibido tu mensaje. La catástrofe nuclear ha destruido todas las ciudades de la civilización y, al parecer, soy la única que ha sobrevivido. Soy joven, a pesar de que la radiación me hace ver como una vieja desdentada, sin piel y sin cabello. Quisiera ir a tu encuentro e intentar reanudar la estirpe de la humanidad. Pero creo que me es imposible. Tengo un pésimo sentido de la orientación y además nunca aprendí a nadar. Sólo me resta contestar a tu mensaje y que la botella reconozca el camino de regreso, Julie". Jeremías Anderson graznó y sintiéndose un joven pelícano se clavó de cabeza al fondo de las aguas tranquilas, y gélidas, del océano polar. Texto tomado de la Revista Aleph, Edición 139.  Director: Carlos-Enrique Ruiz. Manizales

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Última actualización: Miercoles, Abril 22, 2015 9:59 AM

Sobre el autor: Orlando Mejía Rivera

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Última actualización: Miercoles, Abril 22, 2015 9:55 AM

Obras

Obras publicadas por Orlando Mejía Rivera     Orlando Mejía           De clones, ciborgs y sirenas, 2011 Orlando Mejía                                     La Generación mutante La muerte y sus símbolos 2 edición La muerte y sus símbolos 3 edición El enfermo de Abisinia  

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Última actualización: Lunes, Junio 25, 2012 9:06 AM

Biografía

Orlando Mejía Rivera nace en Bogotá en 1961. Profesor e investigador de la Universidad de Caldas. Escritor, médico internista y filósofo, ha publicado libros en todas estas áreas: Antropología de la muerte (1987), Humanismo y Antihumanismo (1991), Ética y Sida (1995), Poesía y conocimiento (1997), La Casa Rosada (1997), La muerte y sus símbolos (1999), De la prehistoria a la medicina egipcia (1999), De clones, ciborgs y sirenas (2000), Pensamientos de guerra (2000), Heinz Goll: Das vagabundieren des Kunstlers (2001), La generación mutante: nuevos narradores colombianos (2002), Los descubrimientos serendípicos (2004), Extraños escenarios de la noche (2005), y El Asunto García y otros cuentos (2006). Mejía cuenta con premios científicos y literarios, a saber: Ganador del Premio Nacional de Cultura en la modalidad de novela del Ministerio de Cultura (1998), con Pensamientos de Guerra. Ganador del Premio Nacional de ensayo literario Ciudad de Bogotá (1999), con De clones, ciborgs y sirenas. Ganador del Premio de la Cámara colombiana del libro en la categoría “Mejor libro técnico y científico” (1999), con el libro De la prehistoria a la medicina egipcia. Mención en el Premio Nacional de Medicina de la Academia Nacional de Medicina- Concurso Rhone-polec en 1995, por su libro Ética y Sida. El cuento de ciencia ficción El Asunto García ocupó el tercer lugar del Primer concurso colombiano de Ciencia Ficción (1997) y fue incluido en la antología "Contemporáneos del porvenir" (2000) editada por René Rebetez. Además, fue traducido al alemán y publicado en Und Träúmten Von Leben. Erzählungen aus Kolumbien. Peter Schultze-Kraft (Hrsg). Zurich, Edition 8 Reihe Durían.

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Última actualización: Lunes, Junio 25, 2012 9:06 AM

Cronología

1961: Nace en Bogotá. Guarda un parentesco con la familia del novelista José Eustasio Rivera, autor de La Vorágine (1924). 1980: Inicia sus estudios de Medicina en la Universidad de Caldas. Allí mismo se especializa en Medicina Interna y amplía su formación intelectual al campo de la filosofía al cursar los seminarios en Filosofía Contemporánea. 1987: Publica Antropología de la muerte 1991: Publica Humanismo y Antihumanismo (1991). El libro fue prologado por el expresidente colombiano Belisario Betancur Cuartas.  1995: Publica Ética y Sida. Un libro que tiene muy buena difusión, tal vez porque toca un tema hasta entonces tabú en los ámbitos académicos colombianos. Este libro recibió Mención en el Premio Nacional de Medicina de la Academia Nacional de Medicina- Concurso Rhone-polec. 1997: Publica Poesía y conocimiento. 1997: Publica La Casa Rosada. Con este libro, que recibe el premio literario de Cres-Occidente,  el médico Orlando Mejía inicia su vida pública como escritor de ficción. La novela, que gira en torno a las vidas de unos seres internados en un psiquiátrico, se convierte en referente de los jóvenes lectores de Caldas. 1999: Publica las obras La muerte y sus símbolos en la Editorial de la Universidad de Antioquia y De la prehistoria a la medicina egipcia en la Editorial de la Universidad de Caldas, con la cual  la Cámara del Libro de Colombia le concede el premio en la categoría  al “Mejor libro técnico y científico”. 2000: Publica  De clones, ciborgs y sirenas, Ganador del Premio Nacional de ensayo literario Ciudad de Bogotá.  2000: Publica Pensamientos de guerra, obra Ganadora del Premio Nacional de Cultura en la modalidad de novela del Ministerio de Cultura. La novela ha sido traducida al francés y al alemán y ha gozado del favor de la crítica especializada. De Pensamientos de guerra se hizo una ópera musical y una obra de teatro. 2001: Publica Heinz Goll: Das vagabundieren des Kunstlers, a propósito de la obra de un artista austríaco que murió en Colombia y cuya obra se valora en los círculos artísticos del país. 2002: Publica La generación mutante: nuevos narradores colombianos en la Editorial de la Universidad de Caldas. En esta obra Mejía Rivera traza un panorama particular de la nueva narrativa colombiana, para lo cual, luego de plantear unos tópicos  de búsquedas y propuestas artáisticas, realiza entrevistas a varios escritores: Héctor Abad Faciolince, Octavio Escobar Giraldo, Santiago Gamboa, Juan Diego Mejía, Rigoberto Gil Montoya, Jorge Franco Ramos, Philip Potdevin, Julio César Londoño. 2004: Publica Los descubrimientos serendípicos. 2005: Publica Extraños escenarios de la noche en el sello Hoyos Editores. Este libro, que cabalga entre la crónica y la autobiografía, fue el resultado de la experiencia del autor como viajero por Europa. 2006: Publica El Asunto García y otros cuentos. En 1997 Orlando Mejía ocupó el tercer lugar del Primer concurso colombiano de Ciencia Ficción y fue incluido en la antología "Contemporáneos del porvenir" (2000), editada por René Rebetez. Además, fue traducido al alemán y publicado en Und Träúmten Von Leben. Erzählungen aus Kolumbien. Peter Schultze-Kraft (Hrsg). Zurich, Edition 8 Reihe Durían. 2009: Publica Recordando a Bosé en la Editorial Universidad de Caldas. Esta obra es quizá la más autobiográfica de las obras de ficción de Mejía Rivera. Aquí recoge parte de su experiencia juvenil en los ámbitos universitarios. 2010: Publica En el jardín de Medel. Bioética, genética humana y sociedad en la Editorial Universidad de Antioquia. Este libro demuestra los amplios campos del saber que el médico Orlando Mejía suele rastrear, además, en los campos de la ficción.

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Última actualización: Lunes, Junio 25, 2012 9:03 AM

Mirada crítica

Por Carlos Augusto Jaramillo Jueves 10 de abril de 2008 Mejía, el otro El día que Orlando nos propuso que presentáramos su libro, Pablo Rolando me dijo más tarde que iba a releer toda la obra de Rimbaud para ponerse en mejor contexto. Como sólo he leído las Iluminaciones y Una temporada en el infierno, creí prudente guardar silencio y le dije que por mi parte haría lo mismo. Aunque la palabra relectura no se aplicaba a mí, decidí que no podía quedarme atrás, así que busqué un tomo enorme que hay en la biblioteca del INEM con las obras completas de Rimbaud que incluye, además, unos cuentos que escribió cuando tenía seis u ocho años. Pero pronto me cansé, mi fuerza de voluntad no es la de Pablo y mejor me dediqué a El enfermo de Abisinia. Aunque he de confesar que no fue nada de lo que esperaba: no estaba lleno de datos eruditos, los personajes no eran ni buenos ni malos y el estilo… el estilo era, como decirlo… diferente, totalmente diferente. Mierda, pensé. Pero si este no es Orlando. El traductor Acercarme a El enfermo de Abisinia me deja la sensación de estar leyendo una traducción. Es más, es un libro que uno preferiría leer en el idioma original. Y no es que se trate de una mala versión, sino de que está tan bien que uno no deja de preguntarse si el original será mejor o si hay matices que uno entendería del todo leyendo en el idioma original. El enfermo me recuerda las traducciones de Rimbaud que hace Arturo Gómez, tal vez las mejores, de estos parajes. Y son precisamente esas, las de Gómez, las que hacen que uno quiera saber francés y sumergirse en las palabras del autor sin más intermediarios que las propias torpezas filológicas. Me parece una traducción por el tono, por el tufo, por el afrancesamiento, por esa lejanía que tiene el libro con nosotros los colombianos en sus formas y sus asuntos. Tan diferente de Orlando Mejía que me cuesta trabajo pensarlo escrito por él. Puede ser que como ocurrió con Homero, según nos relata Bernard Shaw, este libro no lo escribió Orlando Mejía, sino un hombre también llamado Orlando Mejía y de ahí la confusión, de ahí que esté atribuyéndole estas palabras que no reconozco como suyas. Pero lo cierto es que toda auténtica literatura deja de pertenecerle a su autor (y retorno a Borges). Deja de tener un idioma y una patria y puede entenderse como su patente de corso el hecho de que se convierta en hija de todos los hombres, en ciudadana del mundo. Es un poco lo que siento con este libro, que se rehúsa, se niega a su origen y se proclama. Es quizás esto lo que vieron los editores cuando decidieron publicarla en España y luego ponerla en circulación en América Latina. La cuarta es la vencida Esta es la cuarta novela que conozco de Mejía. Y de todas es la más ligera, la menos erudita, la más sencilla, pero no por eso carece de cuerpo, de datos, de complejidad. Es que en El enfermo todas esas cosas hacen parte de la relojería que no ve el lector. El médico Mejía, el investigador Mejía hicieron la tarea, escrutaron la vida de Rimbaud hasta la saciedad, literalmente, hasta el tuétano. Lo bueno es que Orlando descubrió que al lector no le importa, que no queremos saber todos los datos que el autor tiene en la cabeza, lo que queremos es que el autor los sepa para que construya un personaje creíble, fuerte, cercano. Se podría decir que en este libro Orlando ha logrado ese difícil arte de ocultar con perfección los hilos y los artificios que el escritor usa. Además alcanza un tono muy diferente al de los personajes de sus otras novelas. Lepelletier es un ser completo y complejo desde que escribe la primera palabra. El lector se cansa pronto de él como de la vecina chismosa, pero no puede dejar de escuchar sus cuentos, sus particulares versiones, su insufrible amaneramiento y su amor oculto por un poeta que no se fija en él. Los personajes El propio Rimbaud, tan adulto, tan flemático, tan místico, nos parece al principio muy distante del poeta niño que todos tenemos en la cabeza como estereotipo de rebeldía, belleza y lirismo, pero se hace más creíble y más humano a través del libro, cuando entendemos el contexto en el que vive, el desierto que lo rodea, la cultura que lo impregna y la religión que lo atrapa; no como a un fanático sino como a un científico que se entrega a su objeto de estudio. Personalmente, me encanta el libro porque el personaje podría no ser Rimbaud, podría ser cualquier otro, un poeta francés desconocido de verdad, uno que obedeciera al destino de olvido impuesto por Lepelletier, y el libro tendría la misma gracia, el mismo encanto. Es más, casi preferiría que no fuera Rimbaud. Al principio fue más difícil apreciar el libro precisamente porque tenía la cabeza llena de imágenes, de fantasmas, de elucubraciones acerca de cómo debía ser la vida del poeta en África y creo que en el fondo me negaba a que alguien más me la contara, me dijera cómo debió ser. Y además que tuviera el descaro de hacerlo en una novela. Hace tal vez cuatro años presenté, acompañado de Gloria Luz Ángel, otro libro de Orlando: Extraños escenarios de la noche. Un libro fantástico por lo demás, inscrito en ese difícil género naciente que es la literatura de no ficción. Sin embargo, y vuelvo a insistir sobre esto, es un Orlando muy diferente el que leo ahora, es más, para los que lo conocemos de hace años es también muy diferente el que vemos ahora. Y no es que no fuera un escritor maduro en esos días de Extraños escenarios, por el contrario. Lo que sucede es que ahora tiene más oficio, más técnica si se quiere, parece menos preocupado cuando escribe. Lo cual no debe leerse de esa manera, una cosa es que parezca que uno está menos preocupado y otra es que no lo esté. Como ya dije al lector no le importan las horas de insomnio del proceso creativo, por eso, si se ven, el asunto empieza a ir mal. Para la muestra un botón: tanto en esta novela como en La casa rosada, la primera novela publicada por Orlando, aparecen personajes médicos. Yo diría que ambos son eruditos, sabios en sus profesiones. Pero mientras que el de La casa se regodeaba mostrando todos sus conocimientos, el médico de Rimbaud, se asusta de su saber, entiende que además no le ha servido cuando lo ha necesitado, son personajes cercanos al autor, pero el segundo está construido con mucha más independencia que el primero. Oriente – Occidente Podría alegarse que el médico de La casa rosada es un médico de occidente en el futuro, mientras que el otro, es uno de oriente en el pasado. Sin embargo no es allí donde radica la diferencia, es que Mejía Rivera ha perdido inocencia, ha ganado en juego, en astucias con el lector. Sin embargo esa dicotomía oriente-occidente sí aparece en este libro, pero no de esa forma tan manida, tan llena de lugares comunes, que a veces nos depara la literatura. La riqueza del viaje es un pretexto perfecto. Rimbaud sufre una transformación, África, lo cambia, pero no a través de grandes descubrimientos místicos, no con un ángel que se le anuncia, que le dice lo que debe hacer, sino a través de los sufrimientos, de los engaños de los hombres, que son tramposos y malvados aquí o allá. El poeta se redescubre en su soledad, en las noches eternas y desérticas. Comienza un viaje solo y lo termina solo, su transformación tiene que ver con la contemplación, la pasividad, la renuncia, en contraposición con su vida anterior de impulsividad, movimiento y desenfreno. Rimbaud se entrega al sufismo, parece entender por qué debe dejar de escribir a partir de las palabras del sufi Mustafa - Alawi: "la realización de la Unicidad Divina, o el objetivo último del sufismo, no es lo que está escrito en las hojas de papel o lo que pronuncian los charlatanes. El tawhid son las huellas que dejan en los amantes y lo que brilla de su luz en los horizontes" … “no es algo que se pueda expresar con palabras, sino una certidumbre absoluta”. La teoría El libro juega con una teoría, una causa diferente de la muerte de Rimbaud. Orlando cree probable a partir de sus estudios semiológicos que esta teoría literaria puede ser confirmada a través de la exhumación de los huesos del poeta. Aunque esto no sea cierto, la teoría tiene fuerza literaria. Es creíble dentro de la historia y presagia, a la manera de los relatos fatídicos, cierta fuerza del destino sobre el hombre. El poeta maldito está condenado al oprobio de morir como un sifilítico. Aquellos que pueden cambiar la versión están condenados a morir antes de poder enmendar el daño o a tomar decisiones demasiado tarde. Hay una mueca del destino, un hado funesto que surca todo el libro, solo al final nos damos cuenta de que el azar que parece regir todo, es una de las múltiples máscaras del destino. Asistiremos a un último acto conocido, una representación en la que los actores ignoran su papel, pero lo siguen al pie de la letra. Incluso cuando se detienen y se enfrentan a su destino están recitando. Rimbaud parece intuirlo mientras estudia los textos sagrados. Pero al regresar a su patria, regresa su antigua condición. De morir en Abisinia sería un santo, hubiera soportado estoicamente, pero el regreso trajo consigo también la rebeldía, el miedo, el dolor que no puede soportarse. El enfermo de Abisinia es también a su vez una dolorosa confirmación de este presagio, del sino del desprestigio que no podrá recuperarse, porque al fin esta es tan solo una ficción. Y si por casualidad encierra la verdad, contada así, será como una broma macabra. Orgullo regional No podría finalizar sin hablar un poco de ese orgullo regional que tendemos a sentir tan rápidamente porque le va bien a nuestros escritores. La verdad es que no estoy muy seguro del porqué de tanta alharaca. Puedo entender que un pueblo sea cafetero, ganadero, minero… pero literario, no creo. Que a Orlando le vaya bien no va a hacer que en este pueblo haya más buenos escritores, a lo sumo más envidiosos. Pero este es un camino solitario. Nadie enseña a escribir, como sí a cosechar o a criar ganado. Es muy poco probable que lleguen a Manizales las hordas de editores españoles buscando más talentos como Orlando. Y aunque llegaran, estoy seguro de que se irían decepcionados. No hay aquí, ni en ninguna parte, minas de literatos. Este es un trabajo solitario, sin hinchas. Bien por Orlando, pero este es el comienzo. Pero publicar un libro es como perder algo que ha sido de uno y de pronto todo el mundo se pone. A mí me deja cierta sensación de soledad y vacío. Y hay que volver a comenzar, porque en este oficio, siempre estamos comenzando. Texto tomado del Blog “Nos van a perdonar”. Autores: Carlos Augusto Jaramillo y Pablo Rolando Arango  

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