Mirada crítica

Por Carlos Augusto Jaramillo

Jueves 10 de abril de 2008

Mejía, el otro

El día que Orlando nos propuso que presentáramos su libro, Pablo Rolando me dijo más tarde que iba a releer toda la obra de Rimbaud para ponerse en mejor contexto. Como sólo he leído las Iluminaciones y Una temporada en el infierno, creí prudente guardar silencio y le dije que por mi parte haría lo mismo.

Aunque la palabra relectura no se aplicaba a mí, decidí que no podía quedarme atrás, así que busqué un tomo enorme que hay en la biblioteca del INEM con las obras completas de Rimbaud que incluye, además, unos cuentos que escribió cuando tenía seis u ocho años.

Pero pronto me cansé, mi fuerza de voluntad no es la de Pablo y mejor me dediqué a El enfermo de Abisinia. Aunque he de confesar que no fue nada de lo que esperaba: no estaba lleno de datos eruditos, los personajes no eran ni buenos ni malos y el estilo… el estilo era, como decirlo… diferente, totalmente diferente. Mierda, pensé. Pero si este no es Orlando.

El traductor

Acercarme a El enfermo de Abisinia me deja la sensación de estar leyendo una traducción. Es más, es un libro que uno preferiría leer en el idioma original.

Y no es que se trate de una mala versión, sino de que está tan bien que uno no deja de preguntarse si el original será mejor o si hay matices que uno entendería del todo leyendo en el idioma original. El enfermo me recuerda las traducciones de Rimbaud que hace Arturo Gómez, tal vez las mejores, de estos parajes. Y son precisamente esas, las de Gómez, las que hacen que uno quiera saber francés y sumergirse en las palabras del autor sin más intermediarios que las propias torpezas filológicas.

Me parece una traducción por el tono, por el tufo, por el afrancesamiento, por esa lejanía que tiene el libro con nosotros los colombianos en sus formas y sus asuntos. Tan diferente de Orlando Mejía que me cuesta trabajo pensarlo escrito por él.

Puede ser que como ocurrió con Homero, según nos relata Bernard Shaw, este libro no lo escribió Orlando Mejía, sino un hombre también llamado Orlando Mejía y de ahí la confusión, de ahí que esté atribuyéndole estas palabras que no reconozco como suyas.

Pero lo cierto es que toda auténtica literatura deja de pertenecerle a su autor (y retorno a Borges). Deja de tener un idioma y una patria y puede entenderse como su patente de corso el hecho de que se convierta en hija de todos los hombres, en ciudadana del mundo. Es un poco lo que siento con este libro, que se rehúsa, se niega a su origen y se proclama. Es quizás esto lo que vieron los editores cuando decidieron publicarla en España y luego ponerla en circulación en América Latina.

La cuarta es la vencida

Esta es la cuarta novela que conozco de Mejía. Y de todas es la más ligera, la menos erudita, la más sencilla, pero no por eso carece de cuerpo, de datos, de complejidad. Es que en El enfermo todas esas cosas hacen parte de la relojería que no ve el lector. El médico Mejía, el investigador Mejía hicieron la tarea, escrutaron la vida de Rimbaud hasta la saciedad, literalmente, hasta el tuétano. Lo bueno es que Orlando descubrió que al lector no le importa, que no queremos saber todos los datos que el autor tiene en la cabeza, lo que queremos es que el autor los sepa para que construya un personaje creíble, fuerte, cercano.

Se podría decir que en este libro Orlando ha logrado ese difícil arte de ocultar con perfección los hilos y los artificios que el escritor usa. Además alcanza un tono muy diferente al de los personajes de sus otras novelas. Lepelletier es un ser completo y complejo desde que escribe la primera palabra. El lector se cansa pronto de él como de la vecina chismosa, pero no puede dejar de escuchar sus cuentos, sus particulares versiones, su insufrible amaneramiento y su amor oculto por un poeta que no se fija en él.

Los personajes

El propio Rimbaud, tan adulto, tan flemático, tan místico, nos parece al principio muy distante del poeta niño que todos tenemos en la cabeza como estereotipo de rebeldía, belleza y lirismo, pero se hace más creíble y más humano a través del libro, cuando entendemos el contexto en el que vive, el desierto que lo rodea, la cultura que lo impregna y la religión que lo atrapa; no como a un fanático sino como a un científico que se entrega a su objeto de estudio.

Personalmente, me encanta el libro porque el personaje podría no ser Rimbaud, podría ser cualquier otro, un poeta francés desconocido de verdad, uno que obedeciera al destino de olvido impuesto por Lepelletier, y el libro tendría la misma gracia, el mismo encanto.

Es más, casi preferiría que no fuera Rimbaud. Al principio fue más difícil apreciar el libro precisamente porque tenía la cabeza llena de imágenes, de fantasmas, de elucubraciones acerca de cómo debía ser la vida del poeta en África y creo que en el fondo me negaba a que alguien más me la contara, me dijera cómo debió ser. Y además que tuviera el descaro de hacerlo en una novela.

Hace tal vez cuatro años presenté, acompañado de Gloria Luz Ángel, otro libro de Orlando: Extraños escenarios de la noche. Un libro fantástico por lo demás, inscrito en ese difícil género naciente que es la literatura de no ficción.

Sin embargo, y vuelvo a insistir sobre esto, es un Orlando muy diferente el que leo ahora, es más, para los que lo conocemos de hace años es también muy diferente el que vemos ahora.

Y no es que no fuera un escritor maduro en esos días de Extraños escenarios, por el contrario. Lo que sucede es que ahora tiene más oficio, más técnica si se quiere, parece menos preocupado cuando escribe. Lo cual no debe leerse de esa manera, una cosa es que parezca que uno está menos preocupado y otra es que no lo esté. Como ya dije al lector no le importan las horas de insomnio del proceso creativo, por eso, si se ven, el asunto empieza a ir mal.

Para la muestra un botón: tanto en esta novela como en La casa rosada, la primera novela publicada por Orlando, aparecen personajes médicos. Yo diría que ambos son eruditos, sabios en sus profesiones. Pero mientras que el de La casa se regodeaba mostrando todos sus conocimientos, el médico de Rimbaud, se asusta de su saber, entiende que además no le ha servido cuando lo ha necesitado, son personajes cercanos al autor, pero el segundo está construido con mucha más independencia que el primero.

Oriente – Occidente

Podría alegarse que el médico de La casa rosada es un médico de occidente en el futuro, mientras que el otro, es uno de oriente en el pasado. Sin embargo no es allí donde radica la diferencia, es que Mejía Rivera ha perdido inocencia, ha ganado en juego, en astucias con el lector.

Sin embargo esa dicotomía oriente-occidente sí aparece en este libro, pero no de esa forma tan manida, tan llena de lugares comunes, que a veces nos depara la literatura.

La riqueza del viaje es un pretexto perfecto. Rimbaud sufre una transformación, África, lo cambia, pero no a través de grandes descubrimientos místicos, no con un ángel que se le anuncia, que le dice lo que debe hacer, sino a través de los sufrimientos, de los engaños de los hombres, que son tramposos y malvados aquí o allá. El poeta se redescubre en su soledad, en las noches eternas y desérticas. Comienza un viaje solo y lo termina solo, su transformación tiene que ver con la contemplación, la pasividad, la renuncia, en contraposición con su vida anterior de impulsividad, movimiento y desenfreno.

Rimbaud se entrega al sufismo, parece entender por qué debe dejar de escribir a partir de las palabras del sufi Mustafa - Alawi: "la realización de la Unicidad Divina, o el objetivo último del sufismo, no es lo que está escrito en las hojas de papel o lo que pronuncian los charlatanes. El tawhid son las huellas que dejan en los amantes y lo que brilla de su luz en los horizontes" … “no es algo que se pueda expresar con palabras, sino una certidumbre absoluta”.

La teoría

El libro juega con una teoría, una causa diferente de la muerte de Rimbaud. Orlando cree probable a partir de sus estudios semiológicos que esta teoría literaria puede ser confirmada a través de la exhumación de los huesos del poeta.

Aunque esto no sea cierto, la teoría tiene fuerza literaria. Es creíble dentro de la historia y presagia, a la manera de los relatos fatídicos, cierta fuerza del destino sobre el hombre. El poeta maldito está condenado al oprobio de morir como un sifilítico. Aquellos que pueden cambiar la versión están condenados a morir antes de poder enmendar el daño o a tomar decisiones demasiado tarde.

Hay una mueca del destino, un hado funesto que surca todo el libro, solo al final nos damos cuenta de que el azar que parece regir todo, es una de las múltiples máscaras del destino. Asistiremos a un último acto conocido, una representación en la que los actores ignoran su papel, pero lo siguen al pie de la letra.

Incluso cuando se detienen y se enfrentan a su destino están recitando. Rimbaud parece intuirlo mientras estudia los textos sagrados. Pero al regresar a su patria, regresa su antigua condición. De morir en Abisinia sería un santo, hubiera soportado estoicamente, pero el regreso trajo consigo también la rebeldía, el miedo, el dolor que no puede soportarse.

El enfermo de Abisinia es también a su vez una dolorosa confirmación de este presagio, del sino del desprestigio que no podrá recuperarse, porque al fin esta es tan solo una ficción. Y si por casualidad encierra la verdad, contada así, será como una broma macabra.

Orgullo regional

No podría finalizar sin hablar un poco de ese orgullo regional que tendemos a sentir tan rápidamente porque le va bien a nuestros escritores. La verdad es que no estoy muy seguro del porqué de tanta alharaca. Puedo entender que un pueblo sea cafetero, ganadero, minero… pero literario, no creo.

Que a Orlando le vaya bien no va a hacer que en este pueblo haya más buenos escritores, a lo sumo más envidiosos. Pero este es un camino solitario. Nadie enseña a escribir, como sí a cosechar o a criar ganado.

Es muy poco probable que lleguen a Manizales las hordas de editores españoles buscando más talentos como Orlando. Y aunque llegaran, estoy seguro de que se irían decepcionados. No hay aquí, ni en ninguna parte, minas de literatos.

Este es un trabajo solitario, sin hinchas. Bien por Orlando, pero este es el comienzo. Pero publicar un libro es como perder algo que ha sido de uno y de pronto todo el mundo se pone. A mí me deja cierta sensación de soledad y vacío. Y hay que volver a comenzar, porque en este oficio, siempre estamos comenzando.

Texto tomado del Blog “Nos van a perdonar”.

Autores: Carlos Augusto Jaramillo y Pablo Rolando Arango

 

Última actualización: Lunes, Junio 25, 2012 9:03 AM
Teléfono: 313 73 00 • Contacto: contactenos@utp.edu.co
CRIE • © 2014 • Universidad Tecnológica de Pereira