Sobre el autor Julio Alfonso Cáceres

Lectura de la poesía

La soledad, la nostalgia, la mujer, el silencio, la pasión en tono de mesurado intimismo, constituyen las temáticas básicas de la poesía de Julio Alfonso Cáceres, “el mayor lírico de los poetas de Armenia”, en opinión de Alirio Gallego Valencia (1989, p. 111). Recrea el amor desde la serenidad de lo que se tiene y la aceptación de lo perdido en Hélices de angustia (1945); cuestiona el sentido de la vida y la muerte en Canciones para Emma (1955), escrito después de la muerte trágica de su primera esposa; apela al recuerdo que se fragua en años de reconstrucción del ideario personal en La soledad reciente (1972). Tres breves poemarios que son suficientes para un legado de trabajo consciente sobre la palabra.

La dupla estilística amor-muerte, con sus oposiciones e imágenes naturales, con sus encrucijadas estructurales, en el verso abierto y en la rigidez del soneto, es la que mejor explica el conjunto de su obra: “Presencia del amor en la muerte” es el título de uno de sus cantos, que podemos asumir como compendio de su estética. Sin embargo, nada de patetismo ni de verso declamatorio, nada de sentimentalismo atroz ni de verbo desgarrado en este poeta.

En Cáceres, poeta “inspirado y de rica cultura” (Ocampo Marín, 2001, p. 87), la poesía está lejana de preocupaciones sociales y se enmarca más bien en el sentimiento y la belleza, en una profusión de imágenes decantadas y trabajadas con esmero. En todo se impone el respeto por la palabra y el acercamiento al lenguaje poético, equilibrado entre la expresión y la armonía, lo que lo aleja de la mayoría de los poetas de su época en el Gran Caldas.

Las palabras de Julio Alfonso Cáceres pueden ayudar a comprender la génesis de este talante poético. En una carta que transcribe José Jaramillo Vallejo (1970), el poeta condensa su postura frente el arte: “Desde el alba aprendí el alfabeto de la soledad y la muerte, y esto me hizo disciplinar la voluntad como un ejército” (p. 197); y en un ensayo sobre el escritor caldense Tomás Calderón concluye que “la belleza no es un dogma sino una revelación” (1962, p. 20), se la encuentra, no se la busca: opera sobre el lector y sobre el autor y se ofrece como un misterio.

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Última actualización: Lunes, Abril 13, 2015 9:01 AM
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