En el refugio de ‘Lucio Malco’
Por Gustavo Acosta Vinasco
Hace 50 años Luis Fernando Mejía Mejía ganó el Premio Nacional de Poesía ‘Violeta de Oro’ por ‘Las Bienaventuranzas’, obra que lo situó a la vanguardia de la poesía colombiana
‘Yo soy un orador’
El recuerdo que varias generaciones tienen de Luis Fernando Mejía como un ‘hombre público’; su polémica cercanía con el pueblo durante algunas épocas; y la positiva recepción de la crítica a su poesía desde hace décadas,ocasionan que nos detengamos en estas palabras suyas: “antes que cualquier otra cosa, más que poeta, yo soy es un orador”.
Sin haber llegado a la mayoría de edad realizó su primer recital en el mítico Café El Automático de Bogotá; luego a los 18 años celebró un recital en La Tertulia de Cali, auspiciado por Alfonso Bonilla Aragón en medio de las críticas por blasfemia; leyó sus versos en la Sociedad de Amigos del Arte de Pereira; en una célebre reunión de los poetas de Caldas en Santa Rosa de Cabal, en la que estaban Baudilio Montoya y Fernando Mejía, ‘Lucho’ –como lo conocen sus coetáneos– era el más joven de todos.
Sin embargo, por su cultura y su vehemencia fue un serio interlocutor de los más altos prelados de la Iglesia en Pereira, los monseñores Baltazar Álvarez y Darío Castrillón. Mejía leyó su obra en la Universidad de París y en la cátedra de Fray Luis en la Universidad de Salamanca, en colegios y asociaciones literarias. No mucho después de su regreso de Europa, por el año 1992, realizó recitales por todos los pueblos de Risaralda, con tanto ruido que los políticos con los que había tenido relación en viejas luchas temieronque había vuelto al proselitismo.
Cuando se hizo acreedor al Premio Nacional de Poesía muchos creyeron por sus versos que era un poeta de edad mayor a la que tenía. Su destino parecía estar trazado. “En mi familia viene una tara poética desde Epifanio Mejía, un pariente muy cercano de mi madre”, explica. Y la afición a las letras se cruzaba con la inquietud y el descontento social:“Mantuve un liderazgo político y social desde el colegio, querido por los compañeros y detestado por los profesores”, recuerda. “En mi juventud a lo que más temía era a que me etiquetaran”.
Fue copartícipe de ‘Brigadas Rojas’, grupo que revolucionó y fue el semillero de una casta política liberal en el momento en que estaba surgiendo el Departamento de Risaralda: “yo no transigía”, aclara…Pero a continuación dice como si despertara: “Yo hablo de todo eso como si fueran recuerdos de otra vida, que tengo sepultados en mi memoria”.
‘Mi verbo es otra cosa’
Veleros y buques se deslizan sobre el espejo de la bahía de Cartagena, y un malecón la circunda desde Castillo hasta Bocagrande, el mismo malecón en el que un día se encontró sorpresivamente con Juan Gos-saín y este le lanzó el comentario de que él y Antonio Caballero en una conversación creían que Luis Fernando Mejía había muerto, a lo que el poeta le replicó al periodista: “sí, efectivamente yo me morí, pero volví, como si hubiera resucitado de otra vida, a deshacer los pasos”.
Renació después del huracán Joan que destruyó la primera versión de su áshram cuando decidió alejarse de su vida pasada, la que todos recuerdan. Dos dimensiones trágicas marcaron en su momento la vida del poeta Luis Fernando Mejía: por una parte, la tempestad política, determinada por el activismo, el ímpetu y la entrega a las causas sociales, la obsesión por la unidad de un partido, y el padecimiento de la traición propiciatoria. Por otra, la inclemencia de la naturaleza manifestada en el huracán en 1988 que quería interponerse en la reconstrucción de su vida intelectual, material y espiritual.
Mejía es ‘nuestro’ poeta que Andrés Holguín incluye en su Antología de la Poesía Colombiana, pero tampoco le importan las inclusiones ni las omisiones de las que goza en la historia de la poesía. A pesar de que sus poemas aparecen en libros de texto de lengua castellana y que su oda ‘A la Niña Desaplicada’ entre otros poemas, hacen parte del canon de la poesía infantil y que muchos niños latinoamericanos tuvieron que aprender de memoria en sus escuelas, lo que el poeta agradece es que sus poemas hayan salido de la academia y se hayan fundido con el pueblo, que sean declamados en concursos infantiles, que la gente los conozca y vayan de boca en boca así no reconozcan su autor, “para volverse patrimonio público”, dice con entusiasmo.
Pero el poeta no renació con ni por la gloria; Mejía enfatiza en que revivió con el nacimiento de su nieto. Estas confesiones emotivas y sinceras son las que van desarmando y respondiendo a cada una de las 35 preguntas con las que llego ‘armado’ a ‘La Heroica’, cuestiones que pretenden inquirir sobre cada uno de sus libros, sobre poemas que son epigonales en la evolución de su obra, sobre su trasegar político, sus viajes. Así vamos dejando de lado las exégesis, o para otro momento, se vuelve irrelevante preguntarle qué piensa de los clisés y todo lo demás que hacen decir sobre él los tutores universitarios a los estudiantes en las tesis de grado que versan sobre él y lo sitúan como el poeta hito en la literatura pereirana, y su versión de la tal ruptura: “Luis Carlos y esa generación anterior son los poetas de un pueblo pequeño, y yo aparezco en un momento de crisis cuando Pereira es una amorosa enfermera que recoge todos los exiliados y los angustiados por la violencia que agobia al país, donde los tiempos ya no son los tiempos apacibles de la aldea; todavía conservo las querencia de los campesinos, pero ya no somos eso, mi verbo es otra cosa”.
Ruptura con los ‘poemas de la infancia’
Los libros de la primera etapa, escritos en la década de 1960, constituyen la infancia: “yo hablo de los juguetes porque nunca jugué con ellos, yo nunca elevé una cometa, nunca usé un trompo; para mí los juegos de la infancia fueron más mentales que reales, yo era una especie de niño triste que no participaba de los juegos y vivía en una actitud de melancolía permanente, castigado en el colegio, escribía poemas como una catarsis de la angustia y también de la incomprensión familiar… porque yo era un niño lleno de sensibilidades, a mí los atardeceres me producían una profunda tristeza, yo iba declinando con el día, mis ciclos vitales, mi kairós era directamente relacionado con lo que pasaba con el tiempo, con la lluvia”.
Este fue el ambiente en que compuso su hoy poema más célebre entre los que sobrevivimos a esta ciudad: “‘Cuando la ciudad me sobreviva’ lo escribí en un atardecer en la Circunvalar viendo la ciudad abajo como una fragua de cobre… estaba muy desolado y angustiado y me fui a caminar por la Circunvalar y empezaron a prenderse las luces, lo escribí de un solo impulso, a mí no me gusta escribir, porque escribir me causa mucha angustia, pero cuando ya el poema sale… me sirve como una catarsis.”
Mejía confiesa, desde su hábitat marino, que el sol y los atardeceres de su obra poética “son el sol y los atardeceres de Pereira”. Los mismos de los tiempos en que trabajó como profesor en el colegio de ‘Vacabrava’, más tarde en los ‘Sagrados Corazones’ y en el colegio de ‘Doña Consuelo de la Cuesta’, el Gimnasio Pereira. Después apareció el agobio producido por el laburo en el contexto público, cuando pertenecía a las Empresas Públicas, cuando surge ‘Alquimia de los Relojes clausurados’, cuyos versos vuelve a declamar con vibración musical, como si hubieran sido escritos recientemente.
En la década de los setenta se dedica a la publicidad, “yo consideraba todo eso una prostitución, pero estaba abocado a la necesidad, pedía mucho pero tuve mucho éxito, entre más cobraba más clientela me llegaba. Introduje el jingle en la televisión colombiana”, recuerda. En este contexto paradójicamente aparece ‘Camino Hacia la Luz’, del cual confiesa que “constituyó un hito en mi vida porque me cambió totalmente”. En efecto, la poesía de los años 70 refleja el cambio de enfoque de la vida y de los motivos poéticos mismos, entre ellos dios y el tiempo, “y los temas de infancia desaparecen porque desaparecen todas mis agonías; después de ‘Camino hacia la Luz’ entré en una gran tranquilidad, la poesía es una poesía más serena, menos angustiada, aparecen los temas de la eternidad”.
Yo no soy nadaísta
Luis Fernando Mejía fue seguidor del filósofo Fernando González a quien visitó en su Otraparte de Envigado cuando su irreverencia ya era conocida por todo el país. Es conocido por la opinión pública literaria que los miembros del movimiento estético nadaísta idolatraban a González; pero el poeta replica: ‘Yo no soy nadaísta porque no pertenezco a nada en particular sino a todo en general, lo que más me han chocado es que me pongan rótulos: ‘liberal’, ‘conservador’, ‘comunista’, ‘abogado’, ‘médico’, el único rótulo es ‘poeta’ pero eso es más bien como un estigma”.
Así se desmarcó del Nadaísmo: “una vez me preguntaron en una entrevista en televisión si yo era nadaísta, y yo dije que no, porque me chocaban mucho los poetas en pandilla”. A pesar de que fue amigo de todos ellos nunca quiso firmar el ‘manifiesto nadaísta’ porque no estaba de acuerdo con la quema de libros que habían cometido en Cali:“para mí la culpa no la tenían los escritores sino los políticos, una de las cosas que más me llevó a distanciarme de la poesía nadaísta fue precisamente el ‘entierro’ de la poesía colombiana, ahí fue donde empezaron mis vínculos a la política, ellos culpaban a los poetas de todo, quemaron la ‘María’ y quemaron ‘La Vorágine’, pero yo no participé de esto. El poeta es apenas un espejo cóncavo y convexo que refleja por un lado lo de afuera y por el otro lo de adentro, por el milagro de la palabra; ‘si lo que hay que quemar es a los políticos’ pensaba, y empezó mi trajinar político, pero la política es la antítesis de los sueños, eso es la juventud. Tampoco me arrepiento de haber trabajado con Turbay, sirvió mucho para dar a conocer el país; en España, cuando era cónsul, les gustaba mucho que yo les declamara el poema ’12 de Octubre’ de Luis Carlos González, que les tocaba las fibras nacionalistas a los habitantes de Bilbao”.
Regreso a Colombia
Se va a Europa para difundir la obra, la poesía era su único interés, “era el madero de náufrago al que me aferraba; quería llevar a mi hija a Europa”. Gracias a la publicidad ganó algo de dinero que su esposa Victoria bien supo administrar, era un publicista cotizado. Mejía explica su regreso a la patria como un imperativo filial: “Necesitaba que mi hija, que había nacido en Pereira, conociera Colombia, la realidad; nos trajo la nostalgia de la patria, a pesar del triunfo literario del que gozaba en Europa, la amistad con Felipe González, y de haber tenido el privilegio de que Borges le enseñara Venecia siendo ciego (Mejía recuerda las manos suaves del argentino, su erudición y bonhomía).
Se instala en Bogotá y vuelve a la publicidad y se inmersa de nuevo en la política, ha llegado Belisario Betancur a la presidencia, es el momento de las Amnistías Tributarias decretadas en su presidencia, emergen nuevos movimientos políticos en el país. Uno de esos, el Movimiento Latino Nacional, lo proclama como candidato a la presidencia de la República, “entonces yo, pendejo, pensando que era la forma de hacer lo que no había hecho cuando me fui, de poner en práctica algunas cosas, permito que lancen mi nombre y eso crea un conflicto muy verraco, entonces inmediatamente declaran el movimiento ilegal…”.
La poesía de mediados de los años 1980 es una poesía directa, que reaviva los motivos sociales, en algunos pasajes cruda, como el poema ‘Armero’, en sus palabras “una crítica al show que montaron los medios, porque eso fue una doble tragedia: la tragedia de los muertos por la avalancha, pero la peor tragedia fue la que montaron los medios”.
Vende una casa en Pereira, se viene a Cartagena y se radica allí. Cuando su hija se casa, consigue la tierra frente al mar Caribe y construye el áshram con las medidas áureas: mide una estrella, traza una línea vertical desde el firmamento hacia la tierra, en el fondo cava un pozo con el valor de Pi, usa como base el número 17 que es el número del universo de acuerdo con la enseñanza pitagórica… y efectúa la proporción donde la menor es a la mayor como la mayor es al todo, y en base a eso construye una casa, la que será tumbada por el huracán Joan, y luego reconstruida, la actual. “Desde que me retiré al áshram, esos afanes de la juventud, de divulgar la obra, eso ya pasó”.
Los poemas del olvido
La pared interior del áshram está signada por unas baldosas de la obra de Velázquez ‘El Aguador’, que su yerno les trajo de Toledo. Una escafandra, un retrato de su antepasado el escritor Epifanio Mejía, fotos con Eduardo Carranza y otros ilustres de la historia literaria del país van desfilando en el interior. Afuera en el antejardín, el entorno del áshram tiene además un arco con un durmiente del ferrocarril que “Poseidón le trajo de regalo”; y sembrada, a la manera de un tótem posmoderno, la antena de un barco de esos que importó Rojas Pinilla pero que nunca funcionaron porque en la armada no había quién los supiera operar.
De sus viajes Mejía había traído una poesía con las visiones del viajero, pero que inevitablemente cederá su lugar a la que empieza a escribir en el áshram, más hermética, “son poemas que si se publican la gente difícilmente va a comprender, porque para entender la poesía tiene que haber una identificación con el poeta, y en este caso nadie ha vivido mi misma experiencia”. Esta experiencia es la que ha recogido y me da a conocer en sus nuevos y no pocos escritos:
“Sobre el hilo de Láquesis camina mi corazón cansado y aterido
La cruel tijera de Átropos intuye y adivina,
equilibrista de la muerte, maromero de la vida
sobre un hilo de sangre mi corazón camina”(Mayo de 2014).
Para la familia estos poemas son preocupantes –me confiesa–: “ellos quisieran volver a escuchar los poemas báquicos…Yo le decía a mi nieto: ‘los poetas son como las yucas, no producimos sino enterrados’, entonces lo que yo voy a hacer es –dice con ironía– que aquí en el áshram voy a poner la tumba, y como este es un lugar turístico, a la gente le encanta ir a la tumba de los poetas para cerciorarse de que están muertos”. Y como para no seguir con una argumentación ni una nueva analogía, el poeta prefiere darme a conocer uno de los haikú que ha compuesto:
“Las huellas de las aves en la arena
Dibujan constelaciones en el suelo”
Cuando ‘Pereira’ se cuela en nuestra entrevista, el poeta hace suyas las antiguas palabras ‘No abandones tu patria; y se te vas, no vuelvas porque no la encontrarás’; “y eso es lo que me pasó a mí con Pereira”, pues no ha vuelto desde 1992:“¿Volver? Es que nos dieron mucho garrote”, y expresa que en Pereira no perdonan los errores de la política, “yo fui un guerrero, yo resistí, yo me lo gané, yo fui un rebelde…cometí el error de aceptar una precandidatura presidencial, pero de eso se pegan, entonces… como yo ya he trascendido, superado todo eso completamente, tengo mi telescopio, puedo mirar las estrellas, escribo poemas, ando en el mar, entro en comunicación con los hermanos de la fraternidad blanca universal, aparte en otra dimensión. Yo no tengo enemigos, uno es gracias a los que no son como uno, gracias a los contradictores”.