Mirada crítica

La Ñata en su baúl.

Por: Diógenes Fajardo[1].

 

Fuente: Revista Risaralda Cultural Nº 1, mayo de 1990, 65-75 

Cecilia Caicedo Jurado ha decidido destapar en esta Feria su baúl y sacar de allí las hojas en donde a grandes trazos ha dibujado con singular eficacia un conjunto de catorce bocetos que tienen como única finalidad la creación de la Ñata como personaje literario. Las siguientes líneas tienen como objetivo precisar cómo lo ha logrado y qué significado puede tener el juego nostálgico por el recuerdo y la evocación de lo particular en referencia con el presente y lo general, en otros términos, la independencia que se quiere establecer entre el ámbito de la historia familiar y el obligado marco de referencia de la historia patria.

 

Como ya lo ha notado Freddy Téllez, al comentar esta obra, “La narrativa de Cecilia Caicedo Jurado se inscribe en una tendencia contemporánea a la sintetización extrema de la historia, casi a una desaparición, podría decirse”. Aquí se encuentra el primer problema para el lector. El texto de La Ñata en su baúl pretende insinuar y dejar abiertas las posibilidades de la fábula, al limitar el relato casi que a lo estrictamente esencial. En toda obra narrativa siempre es mucho mayor el material narrable que el texto del relato. Pero, en este caso, la sensación del lector es que este es el comienzo de la creación de nuevos espacios y personajes novelescos que sólo cobrarán vida cuando aquel “cuadernito de hojas amarillentas y arrugadas”  de uno de los personajes logre la creación de nuevos significados para ese reiterado “rrrrosarrrriega las rrrrosas”. Tal es el caso de personajes como Esteban “La versión masculina de la Ñata”[2], o de su prima Raquel, la psiquiatra, y de su relación de atracción y de rechazo. Parece que la autora quisiera lograr para si lo que, según el testimonio de a nuera de la Ñata, había logrado esta matrona legendaria y mítica que “parecía no percatarse del paso del tiempo” (p. 1):

“Y dirigió su hacienda y nuestras vidas y mi amor y a mi marido y hasta ustedes y sobre todo a ti, sin que jamás dijera una palabra, un discurso un improperio” (p. 33)

 

Tal vez nos encontramos, aquí, con una tendencia nueva que busca establecer una estética del silencio, una relación dialéctica entre el decir y no decir. Podría pensarse que La Ñata en su baúl se acerca a esta “retórica del silencio” que ya había previsto Borges como una posibilidad tanto para el autor como para el lector: “… la literatura es un arte que sabe profetizar aquel tiempo en que habrá enmudecido  y encarnizarse con la propia virtud y enamorarse de la propia disolución y cortejar su fin”.

 

La restricción al máximo de la “historia”, que necesariamente conlleva, un estilo donde se impone la economía verbal, no implica una falta de estructuración narrativa.  Por el contrario, uno de los méritos mayores que se encuentran en esta obra tiene  que ver con ese manejo solvente de recursos narrativos, que a su vez suponen una participación activa del lector para su realización estética.  Los catorce capítulos del relato se estructuran alrededor de una eje narrativa muy definido desde el mismo título: “La Ñata”. Pero lo curioso no radicará en ese eje que para algunos pudiera parecer simplemente temático, sino en que esos capítulos fragmentarios conforman un verdadero calidoscopio que nos permite trazar la imagen de la protagonista silenciosa desde los más variados ángulos mediante el empleo de muchos narradores.

 

Este esquema permite apreciar cómo nos acercamos a ese mundo enigmático que la Ñata se ha creado para si, en donde “nada parecía tocar a esa mujer distante y distinta a todas las mujeres pueblerinas de su  época” (p.1). No obstante la multiplicidad de puntos de vista que, aparentemente, tienen la función de dar a conocer mucho más a la protagonista amada–odiada, el lector tiene la misma sensación de su marido: haber llegado a conocerla sin penetrar en su secreto: “Y aunque me fue imposible descifrar su alma, su recóndita tristeza, la seguridad  de su mirada siempre la amé” (p.9). O aún tener una nítida sensación de frustración, como le sucedió a Esteban en su niñez cuando con sus primos habían decidido espiar los movimientos de la abuela: “A mí me parecía inoficioso espiar, nada delataba nada” (p.13). En caso extremo el lector podría llegar a comportarse en forma similar a la de la tía Adela “que odió a la abuela con tanta fuerza que se le dañó el hígado ante la imposibilidad de confesar que le conocía el alma y sus secretos” (p.14).

 

De esta manera se entiende que la insistencia de los personajes en afirmar su conocimiento de la Ñata tenga un sentido muy restringido, puesto que ni siquiera la suma de todas estas perspectivas es suficiente para que el lector, a su vez, pueda llegar a tener conciencia de su ser, que “no fue un sueño, fue cierta y real, y  regalaba su hacienda y su fortuna; que no llevó sino un baúl a cuesta y un Cristo y una urna y fue querida” (p. 36). Ya en la presentación de esta obra, en Pereira, el poeta Jaime García Maffla señalaba como el libro de “tanto ser humano se hace casi de hadas” y que se encuentra “centrado en un personaje enigmático, y más que enigmático prismático, cuyos ojos terminan siendo el cristal a través del cual el lector  mira las peripecias y la vida que hacen las demás páginas”.

 

La reiteración de la frase con la cual se abre el relato como espacio textual “Conocía a la Ñata…” adquiere, por lo tanto, un sentido irónico y se convierte en una señal para el lector de que tiene que realizar un cambio en su horizonte de expectativas. Por otra parte, es muy característico el empleo de este narrador que se convierte, poco a poco, en una especie de macronarrador que controla todo el relato, si bien delega la función narradora a sus personajes sin dar una indicación directa al lector. La estructuración de muchos capítulos podría sintetizarse así:

 

 


En esta estructura, quizá la única observación que puede hacerse tiene que ver con el empleo de varios narradores pero que conforman una voz muy singular. Para Bajtín, “si el problema central de la poesía es el problema del símbolo poético, el problema central de la teoría de la prosa literaria es el da la palabra bivocal, internamente dialogizada en todos sus diversos tipos y variantes”[3]. Lo que no percibe claramente el lector de La Ñata en su baúl es la diferenciación en el estilo del habla del personaje y del narrador. Se precisaría una mayor caracterización e iniciativa lingüística de los personajes que tendría como efecto una mejor percepción de las diversas voces que conforman la textura del relato. En el capítulo VIII, se puede ilustrar perfectamente esta falta de caracterización lingüística del personaje:

El hombrecillo vestido de gris oscuro no llegó en domingo, como estaba previsto, sino un martes, trece, además, de 1949. Ni siquiera se apeó de su caballo, que se veía tan triste y esmirriado por una violencia inusitada que se transmitía del jinete al animal (p. 27)

 

Este comienzo, lleva al lector a pensar que se trata de la voz del narrador sin embargo, tiene luego que modificar su percepción cuando aparece Esteban recalcando que se trata de “los ingenuos apuntes de su abuela olvidados en el baúl de cuero" que “releía el papelito cronicón, único testigo de la escondida filiación de la Ñata", o que “recordaba el grito del jinete que, según el papelito de la abuela, se atrevió a desafiar a un pueblo entero" (pp. 28 29).

El otro recurso narrativo que emplea eficazmente la autora es el relacionado con el contraste entre el narrador y el focalizador. El capítulo IX ilustra claramente este procedimiento. La narración corre por cuenta de la nuera de la Ñata y en menor medida por el narrador. Pero la narración de la nuera se hace toman do como punto de focalización a su hija:

“Yo nunca podré explicarme el júbilo de tu mirada cuando pasaste con tu abuela para una foto en blanco y negro que guardas en el  álbum de pasta blanca, ahí en el fondo del baúl de cuero" (p. 31).

 

Si el relato de Cecilia Caicedo Jurado ha logrado crear una sólida estructura narrativa para sustentar su mundo novelesco, no es menor su mérito si analizamos el manejo de los símbolos, particularmente el que sirve de título a la obra. García Maffla ha visto que “El baúl puede ser una caja de Pandora, un cofre de sorpresas o una caja vacía, un oscuro lugar siendo que, por contraste, el arte de narrar de la autora tiene la ?uidez natural del coloquio". En todo el relato, funciona verdaderamente como el baúl de los recuerdos de la abuela, de donde surge, toda la escritura novelesca. Allí, junto con el rosario y la urna de un santo, se encuentran el papelito cronicón de la abuela, el álbum de fotografías, la fuente de los coloquios y aún la ponzona que correría el velo que cubre el enigma de la muerte de la Ñata (p.21). Para Freddy Téllez, “el baúl es una metaforización del relato mismo que se va haciendo, pues en él se encuentran las únicas huellas escritas de la Ñata. Esteban, uno de los personajes, busca en él el material que le permitirá escribir una novela (¿o un poema?) sobre la Ñata. Es así un doble libro haciéndose, “tratando de armar lo que ni él mismo tiene claro”. Sin duda alguna, en todo relato hay una identificación del personaje protagónico con ese “baúl de cuero negro adornado con tachuelas amarillas" (p. 4). El baúl se convierte, así, en el símbolo del enigma que rodea el personaje, pero al mismo tiempo en el espacio que ha permitido el ciframiento y la conservación del pasado.

Esta dimensión pretérita aparece íntimamente ligada con el presente y tiene la función de contraponer el mundo pasado de la Ñata con el mundo presente del país.

 

 

Esteban va a ser el eje sobre el cual se articula esta relación histórica y, a la vez, el generador del contraste en esta dimensión temporal. La percepción que de él tiene su prima Raquel enfatiza ese doble interés de Esteban por el pasado y el presente: “Parecía un loco cortos de la edad media, aunque hablaba de Felipe, de Belisario y Carlos Ledher [-] Decía que fue su amigo como también lo fue de Álvaro Pío, del Conde Lucanor en sus lecturas". Y es que, efectivamente, Esteban parecía poder desplazarse suavemente de un tiempo a otro: “Después comenzó a preguntarme por la Ñata, que como era mi recuerdo, su cabello y sus trenzas anudadas. Junto al tema mezclaba coherentemente el relato de Ledher, su prisión, referida en el último informe de “Visión”, su capacidad de estrategia y de profeta" (p.38)

Sin embargo, parece evidente que la predilección de Esteban termina por llevarlo al mundo de la Ñata y a cerrar la puerta de comunicación con el presente de la patria: "Mientras afuera se estremece el tiempo con los muertos, que ya no son noticia porque cada vez son más, uno mil, diez mil emboscadas, soldados, bachilleres, campesinos, humildes, estudiantes, tantos muertos, tanta sangre, Y el inmutable, reconstruyendo la memoria de la Ñata, metido en las historias de hace un siglo, buscando explicaciones, pre?gurando una imagen femenina del pasado (p. 17). Entre el  discurso del deseo y de lo imaginario que gira en torno de la Ñata y el discurso de la representación de eventos reales, históricos, el escritor personaje se decide por el primero. ¿Por qué? ¿Cómo una forma de evadir el mundo real de la historia presente? ¿Por qué solo la ficción ofrece una alternativa válida para la patria? En principio, se puede conceder que, efectivamente, la escritura de Esteban es una forma de evasión. Los mismos personajes le increpan reiteradamente esa falta de visión histórica, en especial del presente.

Si por lo menos escribieras la historia del país. Si le pusieras cuidado a la TV o a los periódicos. Si usaras lo que aprendiste en tu París, pero únicamente te interesas en inquirir sobre la Ñata y el abuelo". (p. 18)

Para la tía Adela, ni siquiera el deseo de novelizar una historia de familia justifica la elección realizada por Esteban; por eso aconseja a su sobrino que se inserte, no importa donde, en la historia presente: “Si entendiera que es mejor un cognac fino, o meterse a guerrillero, ser político, empleadillo, cualquier cosa, antes que andar merodeando en los recuerdos de una vieja fría e impenitente. Nunca podrá entender que solo Gabo consiguió un Nobel con su abuela, que Evelio José se hizo a un premio contando en "Mateo Solo" la historia de unos niños" (p. 19)

Empero se trata de contrastar la comodidad, de urgar en los recuerdos de los viejos con la creciente dificultad de respirar un aire enrarecido con los muertos. A Esteban, “le faltaban las fuerzas y el coraje para subirse al brioso caballo del presente y arengarse a sí mismo, y desafiar a su presente, su destino y su futuro. El que oía y veía y saboreaba que caía el muro de Berlín, sin embargo no podía ir mas allá de su hachiso de sus pepas o cualquier mal resabio de burgués en decadencia" (p.29)

Ese sentido de evasión, aún de su función retextualizadora de la historia, como escritor, se refuerza aún más con el final del relato. Su permanencia en el manicomio es presentada por el narrador como el encuentro de un espacio antagónico al patrio: “Allí no le llegaba ni el frio, ni la sangre ni los gritos de un país que se desangra. Todo inmaculado, aséptico: Esteban terminó convertido en una imagen blanca que portaba bajo el brazo un cuadernito oscuro, renegrido por la vida del pasado"(P. 47)

No obstante lo expuesto anteriormente en forma tan unívoca, un lector cómplice descubre que ese contrapunteo no se resuelve como un querer imponer un discurso de lo imaginario sobre el discurso de la representación histórica. En primer lugar porque, aunque aparezca como el marco de todo el relato que gira en torno de la  Ñata, el lector continuamente es lanzado fuera de la página del relato para que recuerde el nueve de abril, la toma sangrienta del palacio de justicia, el problema de la droga, la caída del muro de Berlín. En segundo lugar, porque en esa búsqueda aparentemente de un pasado idílico y paradisíaco, sin pavimento, sin acueducto ni alcalde militar, se pueden hallar aquellas posibilidades que ayer fueron negadas y que hoy producen un efecto destructor. En tercer lugar, porque, paradójicamente, la obsesiva búsqueda del escritor-personaje se convierte en un intento fallido de esclarecer diáfanamente un hecho violento, un proceso más, el asesinato de la Ñata. Finalmente, porque la reclusión en el manicomio no es resultado de una elección de Esteban sino del ejercicio del poder, que como instancia negativa tiene la función de reprimir, se comprueba, así que, como afirma Michael Foucault, “la prisión es el único lugar en donde el poder puede manifestarse en su desnudez, en sus dimensiones más excesivas, y justificarse como poder moral (…) Meter a alguien en la prisión, privarle  de alimento, de calor, impedirle salir, etc.  Ahí tenemos la manifestación de poder más delirante que uno pueda imaginar”. Además, ese mismo poder ha producido gran parte del discurso que hemos leído. La censura que se establece sobre la elección realizada por Esteban, revela que en ese grupo hay una política general de la verdad y que su posible discurso atenta contra ella. La escritura del personaje queda, entonces reducida a un balbuceo: “un cuadernito de hojas amarillentas y arrugadas donde una y otra vez escribía hasta el cansancio rrrrosarrrriega las rrrosas: ¿fijación en aquella potranca bonachona, hija espuria del abuelo con la empleada, ahora única heredera de la Ñata o imposibilidad de la escritura?

Tal vez ambas respuestas nos iluminen con su ambigüedad. Pero mientras tanto, la única certeza que tenemos es que Cecilia Caicedo Jurado ha logrado escribir sobre la imposibilidad de la escritura y que su relato no puede considerarse, en justicia, simplemente como regional o costumbrista, sino como el empeño de ser, al igual que la Ñata, a pesar del tipo de existencia que hoy nos depara el presente.



[1]Pr.D. y Magíster en Literatura Hispánica. Profesor de literatura en las Universidades Distrital y Nacional de Colombia. Investigador y profesor del instituto CARO Y CUERVO.

[2] Cecilia Caicedo Jurado. La ñata en su baúl. Colección de Escritores del Risaralda, nº 5, 1990, p. 37. Las demás citas  a esta obra se harán en el texto mismo del trabajo.

[3]MijailBajtín. Teoría y estética de la novela. [Trad. De Helena S. Kriukova y Vicente Cazcarra], Madrid, Taurus, 1989, p. 147

Última actualización: Lunes, Junio 25, 2012 11:39 AM
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