Cómo eran Por Rodolfo Jaramillo Ángel ¡Luis Tabares! ¿Pero quién fue Luis Tabares? Con ese nombre y siendo mayor de edad cualquiera puede tener cédula de ciudadanía pero nada más. Luis Tabares contaba el 29 de junio de 1886 ocho años de edad y vivía con sus padres en tierra quindiana, en pleno corazón de la selva, entre sementeras incipientes, en un rancho de vara en tierra. Sus progenitores se habían afincado allí, ansiosos de crearse un porvenir desahogado, atraídos por la feracidad de la Hoya Quindiana. Separadas por anchísimas fajas de selva virgen otras mejoras empezaban a surgir. Eran nuevos colonos que llegaban, como Luis Tabares, padre, armados de hacha y machete, resueltos a disputarles a las fieras un dominio centenario. Allá a muchas leguas, recostado al pie de la Cordillera Central, Salento iniciaba su vida civil convertido en puesto de avanzada para la que sería una asombrosa conquista. Colonos establecidos en la faja de tierra aprisionada por el “Quindío” y el “Santodomingo”, en grupos para defenderse de las emboscadas del oso y del tigre, por entre trochas abiertas en la intrincada maraña, iban hasta Salento a proveerse de víveres, ropas y herramientas. ¿Cómo evitar viajes tan necesarios pero a la vez tan penosos? —Fundemos un poblado —propuso Segundo Henao. Y las palabras de Henao fueron semillas fecundas sembradas en ánimos resueltos, en corazones valientes, cobrando importancia hasta convertirse en realidad. ¡Una nueva población! Luis Tabares padre, Comisario de la región, encargado de citar a los colonos cuando las autoridades de Salento había de ellos menester, fue del mismo parecer. En mejoras plantadas por Ramón Franco, cedidas a título de venta por la suma de ciento cincuenta pesos a la recién organizada Junta Pobladora, el 29 de junio de 1886 cinco colonos estamparon sus firmas en un histórico documento: El Acta de Fundación de Calarcá. A falta de escritorio, el pliego de papel fue colocado sobre un tronco de “arenillo”. Uno a uno los cinco colonos fueron garabateando la firma avalada por el Comisario Luis Tabares. Luis Tabares hijo, con los infantiles ojos muy abiertos, presenciaba el acto sin sospechar la inmensa trascendencia que con el transcurso de los años habría de tener. —¿Cómo eran los fundadores, amigo Tabares? —¿Que cómo eran? No le miento si le digo que todos eran cojonudos y machos. El día que le hice a Tabares la pregunta estaba cumpliendo ochenta y ocho años.
Leer publicación completa [+]Perfil del cronista El cronista “Este era el escritor y labriego Rodolfo Jaramillo Ángel. […] Era el viejo Rodolfo, con sus hondas, maliciosas y alegres arrugas que parecían labradas a buril delgado, erguido, vital. Llevaba su única corbata, la de los domingos. Una prenda algo vistosa pero de buena calidad y, para asombro mío, pasablemente anudada al tendinoso pescuezo. Pues hay que saber que Rodolfo —el gran Rodolfo cuyo corazón se ha detenido intempestivamente— era un campesino próspero. Buen relator de su tierra y su gente, aunque su taquilla de autor hubiera sido siempre avara”. Valgan estas palabras de Adel López Gómez para iniciar una semblanza del escritor calarqueño como “relator de su tierra y su gente”, es decir, como cronista. El escritor Umberto Senegal, sobrino de Jaramillo Ángel, refirió estas palabras que no distan mucho de las citadas: Con una sonrisa dibujada en el rostro, desplegaba un humor que podía ir desde lo más popular hasta lo más refinado. Poseía el arte de escuchar y valorar las historias de las personas, tanto como el don para descifrar las circunstancias históricas de su ciudad, Calarcá, en el habla de la gente: la materia fundacional de sus crónicas. Así, la prostituta, el tendero, la matrona, el transeúnte desprevenido, le brindaban, más que sus historias, la suma de la Historia de la ciudad. Trabajaba mañana, tarde y noche en su máquina de escribir, corrigiendo y creando, lucubrando y atisbando en las rendijas que suele abrir la realidad, para penetrar en la raigambre de los moradores, como él mismo llamaba a los calarqueños. Apoyaba y valoraba el trabajo de los jóvenes con inquietudes literarias; en suma: un hombre bondadoso en todos los sentidos que comporta la palabra. En conclusión, fue un cronista que supo vivir primero su ciudad para después contarla. Como lo señala Senegal, Jaramillo Ángel escribía desde lo popular. Las crónicas surgen del trasegar por las calles, descorriendo el velo cotidiano de la cortesía, pulsando el ritmo de los nervios temporales, en los caminos, en la gente taciturna que les da sentido con su paso lento. Así, recreándose en esas otras voces, alimenta la suya propia, la de las anécdotas, que no son otra cosa que las voces de Calarcá, la presencia popular como testimonio de vida e historia. En “Calarcá en la imaginación histórica de Rodolfo y Humberto Jaramillo Ángel”, riguroso estudio sobre los dos hermanos escritores, Carlos A. Castrillón nos dice: La presencia de lo popular y el humor son rasgos característicos del anecdotario. Lo primero tiene que ver con los personajes, el desarrollo de la cotidianidad y los sucesos y lugares significativos. Los primeros delitos, los locos y bobos del pueblo, las prostitutas, la bohemia, las festividades populares, los oficios, la religiosidad, los sitios de esparcimiento, etc., muestran una aldea en sorprendente dinamismo cultural. También, quizá sin proponérselo, encontró lo mítico. Lo popular, el humor y lo mítico, que alimentaron parte de su obra, sobre todo sus crónicas, valen para decir que Rodolfo Jaramillo Ángel fue uno de los que mejor retrató la idiosincrasia de su región: al leerlo, nos descubrimos en nuestras raíces, encontramos al hombre marchando al compás de sus más primitivas razones, y nos damos cuenta de que lo provinciano es lo que nos sustenta, nos descifra y nos significa; nos damos cuenta de que, para decirlo con el título de uno de los más célebres ensayos de Cesare Pavese, “sin provincianos una literatura no tiene nervio” (1930). La crónica es el nervio de la región; el cronista, el corazón de ese nervio.
Leer publicación completa [+]Rodolfo Jaramillo Ángel El cronista “Este era el escritor y labriego Rodolfo Jaramillo Ángel. […] Era el viejo Rodolfo, con sus hondas, maliciosas y alegres arrugas que parecían labradas a buril delgado, erguido, vital. Llevaba su única corbata, la de los domingos. Una prenda algo vistosa pero de buena calidad y, para asombro mío, pasablemente anudada al tendinoso pescuezo. Pues hay que saber que Rodolfo —el gran Rodolfo cuyo corazón se ha detenido intempestivamente— era un campesino próspero. Buen relator de su tierra y su gente, aunque su taquilla de autor hubiera sido siempre avara”. Valgan estas palabras de Adel López Gómez para iniciar una semblanza del escritor calarqueño como “relator de su tierra y su gente”, es decir, como cronista. El escritor Umberto Senegal, sobrino de Jaramillo Ángel, refirió estas palabras que no distan mucho de las citadas: Con una sonrisa dibujada en el rostro, desplegaba un humor que podía ir desde lo más popular hasta lo más refinado. Poseía el arte de escuchar y valorar las historias de las personas, tanto como el don para descifrar las circunstancias históricas de su ciudad, Calarcá, en el habla de la gente: la materia fundacional de sus crónicas. Así, la prostituta, el tendero, la matrona, el transeúnte desprevenido, le brindaban, más que sus historias, la suma de la Historia de la ciudad. Trabajaba mañana, tarde y noche en su máquina de escribir, corrigiendo y creando, lucubrando y atisbando en las rendijas que suele abrir la realidad, para penetrar en la raigambre de los moradores, como él mismo llamaba a los calarqueños. Apoyaba y valoraba el trabajo de los jóvenes con inquietudes literarias; en suma: un hombre bondadoso en todos los sentidos que comporta la palabra. En conclusión, fue un cronista que supo vivir primero su ciudad para después contarla. Como lo señala Senegal, Jaramillo Ángel escribía desde lo popular. Las crónicas surgen del trasegar por las calles, descorriendo el velo cotidiano de la cortesía, pulsando el ritmo de los nervios temporales, en los caminos, en la gente taciturna que les da sentido con su paso lento. Así, recreándose en esas otras voces, alimenta la suya propia, la de las anécdotas, que no son otra cosa que las voces de Calarcá, la presencia popular como testimonio de vida e historia. En “Calarcá en la imaginación histórica de Rodolfo y Humberto Jaramillo Ángel”, riguroso estudio sobre los dos hermanos escritores, Carlos A. Castrillón nos dice: La presencia de lo popular y el humor son rasgos característicos del anecdotario. Lo primero tiene que ver con los personajes, el desarrollo de la cotidianidad y los sucesos y lugares significativos. Los primeros delitos, los locos y bobos del pueblo, las prostitutas, la bohemia, las festividades populares, los oficios, la religiosidad, los sitios de esparcimiento, etc., muestran una aldea en sorprendente dinamismo cultural. También, quizá sin proponérselo, encontró lo mítico. Lo popular, el humor y lo mítico, que alimentaron parte de su obra, sobre todo sus crónicas, valen para decir que Rodolfo Jaramillo Ángel fue uno de los que mejor retrató la idiosincrasia de su región: al leerlo, nos descubrimos en nuestras raíces, encontramos al hombre marchando al compás de sus más primitivas razones, y nos damos cuenta de que lo provinciano es lo que nos sustenta, nos descifra y nos significa; nos damos cuenta de que, para decirlo con el título de uno de los más célebres ensayos de Cesare Pavese, “sin provincianos una literatura no tiene nervio” (1930). La crónica es el nervio de la región; el cronista, el corazón de ese nervio.
Leer publicación completa [+]Rodolfo Jaramillo Ángel (Calarcá, 1912-1980) fue uno de los escritores más polifacéticos que ha tenido el Quindío. Publicó una novela, Hombre y destino (1942); un libro de cuentos, Culto sacrílego y otros cuentos (1954); Otros y yo (1955), una recopilación de ensayos y artículos; Espacio interior (1955), poemas, entre otros. Se tiene noticia de varios libros suyos que permanecen inéditos, como Personajes de la Biblia, Narka y La familia Rentería. Pero es en su labor como cronista, con La alfombra mágica (1956), La octava salida (1957) y Calarcá en anécdotas (1976), donde su obra ha cobrado validez como testimonio vivo de la Historia y sustento cultural de la región.
Leer publicación completa [+]Calarcá en la imaginación histórica de Rodolfo y Humberto Jaramillo Ángel Por: Carlos A. Castrillón [...] Rodolfo Jaramillo Ángel (1912-1980) fue uno de los escritores más polifacéticos del Gran Caldas: Cuentos, novelas, poesía, ensayos y crónicas componen el conjunto de su obra, que aún no ha sido objeto de un estudio sistemático. Como cronista, Rodolfo Jaramillo Ángel publicó tres libros: La alfombra mágica (1956), La octava salida (1957), Calarcá en anécdotas (1976) e incontables crónicas en medios regionales y nacionales. La alfombra mágica contiene crónicas literarias y de costumbres escritas con estilo poético. Entre ellas destacan “Armenia”, en la que narra la historia tantas veces contada del convite para construir el puente sobre el río Quindío y la posterior represalia de los armenios ante el incumplimiento de los calarqueños, y “Dulzaina encantada”, bella evocación sobre la anciana que toca su instrumento para sí misma, del todo enajenada y ausente del mundo. Ambas historias tienen correlatos en crónicas posteriores del autor y marcan la tendencia 5 Para una discusión del concepto de “imaginación histórica”, las complejas relaciones entre historia y ficción y el problema del significado de la historia como relato de lo más cercano a las acciones humanas, en el que los textos que nos interesan adquieren mayor valor, véase White (1992) y su cuestionamiento al carácter objetivo del relato histórico. Castrillón, C. A. - 193 - rev. invest. univ. quindio (18): 191-200. Armenia - Colombia general de su obra: La anécdota pintoresca y la evocación nostálgica. Bastante similar al anterior, La octava salida es un curioso libro en el que Rodolfo Jaramillo Ángel recopila no sólo algunos textos suyos sino también las opiniones de escritores latinoamericanos y colombianos sobre él. Es una especie de carta de presentación en formato de libro en el que a cada texto autógrafo corresponde uno alógrafo lleno de elogios y laudes a Jaramillo Ángel. Pero es en Calarcá en anécdotas donde Rodolfo Jaramillo Ángel logra demostrar su capacidad como cronista. El autor, con visión irónica en su función de narrador, con mucho humor y haciendo énfasis en lo picaresco (“veracidad doblada de mordacidad e ironía”), logra mostrarnos una realidad en sus conflictos de consolidación, en la que lo personal supera las condiciones históricas y prevalecen las pasiones en contextos muy cotidianos; es una historia personalizada, con nombres propios y datos que, en la mayoría de los casos, pueden 6 confrontarse. El anónimo solapista define el sentido de este anecdotario: “La importancia de este libro radica en su autenticidad. Los personajes que por él desfilan lo hacen con sus nombres propios, sus vicios, sus virtudes, sus 'rarezas', sus bellaquerías y su desenfado”. Y agrega: “Los fundadores de la ciudad, quienes rigieron sus destinos materiales y espirituales, los bobos y los ladrones junto a los hombres de pro en un marco de costumbres libre de adulteraciones”. Sobre estos criterios, así bien definidos, se estructura el libro. Esto se refleja en el estilo, claro y fluido, pero aún muy cercano a la retórica tradicional de la “gesta colonizadora” y la reproducción de sus tópicos: “La feracidad de la Hoya Quindiana”, los colonos armados de “hacha y machete” y, en general, la visión que reproduce el imaginario conocido. La autenticidad, preocupación constante del autor, recibe varias formulaciones que promueven en el lector la idea de que está leyendo una historia verdadera. La primera “anécdota”, sobre la fundación, está avalada por un testimonio del hijo de Luis Tabares, uno de los fundadores; y para todas ellas el autor afirma estar “en capacidad de garantizar su autenticidad”. Sin embargo, el autor es consciente de las dificultades que implica su metodología, sobre todo si se tiene en cuenta el carácter insólito de muchas de sus historias; para una particularmente inverosímil anota: “El nombre del ciudadano que tan cándidamente cayó en las garras de Pedro Juan Jaramillo, no lo logré averiguar, pero la anécdota es rigurosamente cierta”. Del mismo modo, el autor puede despreciar los datos cuando no están a la mano porque lo anima un propósito que, en su opinión, permite toda clase de licencias si no se falta a la verdad; si la fecha de un suceso se ha perdido, el valor del suceso para la historia local permite que se siga contando aunque la oralidad lo transforme: “Las fechas exactas no vienen al caso. No son necesarias ni fundamentales. Relato anécdotas, no escribo historia. Pero en este anecdotario, créase o no, está contendida, resumida, la historia de la ciudad a través de las actuaciones de sus moradores pertenecientes a todos los estratos sociales”. Leer el artículo completo en: Calarcá en la imaginación histórica de Rodolfo y Humberto Jaramillo Ángel
Leer publicación completa [+]Libros: “Culto Sacrílego y Otros Cuentos” (1954). ”Aguas Turbias” (1955). “Espacio Interior” (1955). La alfombra mágica (1956). La octava salida (1957). Calarcá en anécdotas (1976) “Otros y Yo” (1955). “Hombre y Destino” (Novela 1942). Caminando al Revés (2014).
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