Textos del autor Julio Cano Montoya

SÍMBOLO

Es un ciprés mi corazón, y tristes
Aquí en su cementerio,
Cubre su sombra multitud de tumbas,
Con multitud de muertos.
El viejo enterrador del camposanto
De mi alma es el tiempo;
Y él es quien a la sombra de esas ramas
                               Sepulta mis afectos.
Todas mis ilusiones y mis dichas
Ha tiempo que murieron,
Y a todas las abriga cariñoso
                               El ciprés de mi pecho.
Él seguirá guardando entristecido
Sus venerables restos,
Y regando sus hojas como lloro
                               Sobre sepulcros yertos.
¡Mas, como al fin, por el dolor vencido,
Irá su tronco al suelo,
Sus ramas, como cruces en las tumbas,
Pondrá el sepulturero!

 

EL GALLINAZO

Su baja condición sin pretensiones,
No le impide volar en una altura
Donde su pobre vida esté segura
De todas las humanas agresiones.
Y, desde allá lanzar sus deyecciones
-para consolación de su amargura-
Sobre la microscópica figura
De los que abajo, usamos pantalones.
Pero él, el gallinazo, no es un necio;
Y mientras se le mira con despreio
Cuando baja a la tierra; inteligente
Inspector del aseo, sin reposo,
-de su misión higiénica celoso-
Limpia las inmundicias, diariamente

NUPCIAL

Barre la noche con materno instinto
Los lívidos celajes postrimeros,
Y en la desolación de los potreros
Tiende su manto de negruras tinto.
Luego, al través del lóbrego recinto,
El cielo acribillado de luceros,
Con brochazos de luz, en los esteros
Borda un maravilloso laberinto.
Solloza el agua, convulsivamente,
Con los húmedos besos del ambiente
Saturados de voluptuosidad…
Y sobre sus idílicos amores,
Vibra un epitalamio de fulgores
En las pupilas de la inmensidad.

PAVESAS

Al hacerle la autopsia los doctores,
Queriendo averiguar de qué había muerto,
El pobre loco aquél, tan conocido
                               De todos en el pueblo;
Hallaron en el sitio, en que debiera
Estar el corazón, un trozo negro
De una materia blanda, que aún olía
                               A carne puesta al fuego.
Con esta rara novedad, quedaron
Los eminentes médicos, perplejs,
Y casi habían perdido la esperanza
De aclarar el secreto
Cuando el doctor más joven, y por ende,
El más curioso observador, entre ellos,
Buscando en la cartera del difunto,
                               Les revelo el misterio.
¡Allí guardaba escrita el desdichado,
Toda la historia de su amor primero,
La historia de un amor infortunado
                               De lágrimas de duelo!
Pues, según constan allí, la ingrata aquella
Que extinguió la razón e su cerebro,
No hizo caso jamás de sus amores
                               Ni le escuchó sus ruegos
…..
¡Y entonces fue el diagnóstico seguro;
Según unánime opinión entre ellos
Carbonizole el corazón, no hay duda,
Al loco aquel, de su pasión el fuego!

A PEREIRA

Con motivo de la llegada de la primera locomotora
                                     Para don Valeriano Marulanda

Patria, de pie, mirando hacia la altura!
Que ya tocó a tus puertas el progreso:
Digno huésped que llega en tren expreso
A rendirle tributo a tu hermosura.
Con tu característica ternura,
De anhelo juvenil en un exceso,
Pon en la frente del viajero un beso
Que lo una a ti, con férrea ligadura.
Y que la avive el fuego de tus venas,
Y rompa para siempre las cadenas
Que te ligan al vil estancamiento
Del prejuicio vulgar; y, de la mano
Con el perinclito Progreso humano,
Vueles en pos de un libre advenimiento.
Fuente: http://pereiraensuliteratura.blogspot.com/

 

Última actualización: Lunes, Enero 26, 2015 8:36 AM
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