Sobre el autor: Gustavo Colorado Grisales

Yo me bajo en Atocha

 

Por: Alberto Rivera
 
El drama humano que se esconde detrás de la migración aún no tiene entre nosotros el significado que merece. Todavía decimos que quienes se van tienen suerte tras superar todas las pruebas que se exigen para ello y que una vez instalados en ese nuevo país les espera la puerta de la riqueza, abierta de par en par.


Hay quienes se van porque sí, porque no hallan lugar en su tierra para salir adelante; otros porque son perseguidos en el país que aman, o porque se van a “llenar” los bolsillos en profesiones no santas, los demás porque los atrae el imán de un familiar que reside allí desde hace tiempo y otros por sumar experiencias, conseguir para la casa y engordar una cuenta de ahorros para cuando regresen.


Pero muchos una vez llegan son absorbidos por un sentimiento de soledad y de confusión sinigual; no conocen a nadie ni a nada y temen perderse en esa urbe de la que no tienen idea sino en fotos que han visto en revistas o por internet o por las fotos que envían sus amigos. Y si alguien los recibe la manera de ser, de tratar, de pensar y de vivir es una selva a la que hay que adaptarse muy pronto, porque las cosas no son lo mismo, como en casa.


El choque cultural es tremendo, todo les es ajeno, desde el idioma hasta la comida, el dinero y la forma de decir las cosas. Un completo estado de abandono los apabulla en el que hay que sobrevivir y aprender en horas, so pena de perecer socialmente en el intento. Así que hay que trabajar cuanto antes, en lo que sea y al precio que paguen. El fracaso, después de estar allá, es un fantasma que hay que derrotar.

Batallas diarias
Sólo ellos saben de las batallas que libran día a día para no ser explotados y discriminados, sólo ellos saben de las privaciones y restricciones que padecen minuto a minuto, de cómo destruyen o elevan sus sueños cotidianos cuando logran sobrevivir 24 horas más en medio de la incomprensión y la angustia por la sobrevivencia de los suyos.
Esos migrantes llegan a un espejismo que en apenas minutos se rompe para encontrarse de frente contra la dura realidad de sus desgracias y debilidades para enfrentarse en una lucha desigual por la supervivencia, contra el destino inclemente, el infortunio y la adversidad.


Los atentados del 11 marzo de 2004 en España nos despertaron una realidad que no conocíamos de frente. Ni ellos ni nosotros: la de los migrantes que desde entonces se hicieron tan visibles que comenzaron a convertirse en un estorbo para sociedades desarrolladas que vieron en esa diáspora una amenaza a su comodidad. Desde entonces esa vieja patria que nos conquistó no nos recibe como hijos sino como invasores.


Esa es la verdad que se nos revela en este libro de Gustavo Colorado Grisales, en esas 161 páginas en las cuales reafirmamos que es un narrador excelso y agudo que cuenta con palabras precisas cómo es la vida y cómo es la gente que padece la migración. 


Así que estamos ante un escritor  que en este libro ha sabido contar nuestra historia desde la realidad que nos aflige, desde nuestras desgracias, la verdad que ocultamos a costa de lo que sea como una vergüenza milenaria enterrada en el silencio cómplice de los demás.


Nadie había contado cómo es la ciudad de hoy que sobrevive con lo que llega de otras manos. Eso ha convertido el sentido de pertenencia en una ilusión y el civismo en una palabra añeja con la que se criaron los abuelos.
En estas páginas está la ciudad fotografiada desde los soñadores que aún creen posible el paraíso. Sus crónicas son el mejor ejemplo de orfebrería con la palabra, pues se van yendo con la historia abriendo y construyendo puertas para que el alma despierte a la realidad que la rodea y nos deja perplejos ante la carga emocional que nos hereda.

Crónicas
Gustavo Colorado maneja muy bien los recursos del periodismo en estas crónicas, quizás porque su instrumento de trabajo son precisamente las experiencias de vida de algunos de los protagonistas, y esto le da a su escritura verosimilitud y sentido. Su temática se centra en el mundo de los marginados, buscando rescatar su voz desde la tribuna de la palabra lo que convierte sus libros en relatos sociales, antropológicos y sicológicos a los que hay que recurrir para conocer el universo social actual de la ciudad desde esa otra mirada que nunca nos revelan. Es que nos quedan palpitando nombres como José Ever, Pedro Pablo, Marcela, Claudia, Adriana, Jahír, Henry y barrios como Berlín, Boston, Kennedy, Cuba, Providencia y un municipio como  Belén de Umbría, con un dejo de nostalgia del otro lado del mar resumido en unos seres de carne y hueso que han sufrido lo indecible porque se requiere mucho coraje para iniciar este viaje hacia lo desconocido, hacia un “paraíso” que nos venden alegre pero que en el fondo es hostil. Pocos se detienen a pensar en que detrás de cada centavo que envían a sus familias hay un esfuerzo descomunal y unas restricciones que se auto imponen con el fin de satisfacer las necesidades de los suyos.


Gustavo es profesor de la Universidad Católica Popular del Risaralda y director del Área Cultural de Comfamiliar Risaralda. Es autor de Rituales –poemas- (1992), El último verano de Tony Manero -relatos- (1992), Un altar para la desmemoria –crónicas- (1994), Rosas para rubias de neón –crónicas- (1997), No disparen, soy sólo el cronista –crónicas- (1999) y Besos como balas –crónicas- (2004) y lo hemos leído en la página de la BBC y en  múltiples revistas y periódicos del país y la región y siempre sentimos, en todas las lecturas, el rigor de la pluma del cronista.


“Yo me bajo en Atocha”, como bien lo señala el prólogo de la obra, es la versión moderna del éxodo desde el sufrimiento particular de los protagonistas. Es que ellos y tantos otros viven prestados en esa tierra ajena donde no son nada, pero son el oro en la suya.

Última actualización: Lunes, Abril 13, 2015 9:31 AM
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