Por Miguel Álvarez de los Ríos
En su enumeración de “todos los procesos históricos que terminaron en una catástrofe totalitaria” (el ruso, que comenzó “con la caída de los zares”; el del fascismo, identificado con Mussolini, quien recibió el poder en Italia del propio Rey Víctor Manuel; el del nazismo, y Hitler; a éste le entregó el poder el exhausto Mariscal Hindenburg; el de Cuba, originado en la ominosa dictadura de Batista, y el del chavismo venezolano), le quedaron faltando al doctor Fernando Londoño Hoyos en la columna del periódico LaTarde otros varios procesos inolvidables por lo crueles en indecentes. Recordemos, el de España; el de Chile (con la cobarde inmolación del presidente Allende y la instauración del terror con Pinochet); el de Argentina (jamás debemos olvidar a los Galtieri y a los Videlas, asesinos y asaltantes del tesoro público con uniforme de generales), y el de Colombia y el Ubérrimo. Patria nuestra, ensombrecida y ensangrentada por ocho años interminables, durante el mayor extravío que haya sufrido su historia.
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Sí algunos colombianos, como el doctor Londoño, no tienen o no quieren tener memoria, yo sí la tengo en carne viva. Sí algunos no recuerdan los falsos positivos y las masacres de campesinos y aldeanos perpetradas por paracos gobiernistas en asocio con militares y policías que portaban y envilecían las armas de la República, yo sí; sí se les olvidó la cara y la espesa figura del indigno general Rito Alejo del Río, planeador y ejecutor de pavorosas matanzas, hoy por fortuna tras las rejas, a mí no; sí ya no recuerdan las chuzadas a los teléfonos de magistrados, periodistas y jefes liberales, ordenadas desde la cúpula del poder y la jefatura del DAS, convertido en guardia de malhechores, yo sí. Tan contadas muestras de una incontable botonería criminal, con muy pocos antecedentes en el mundo, viven en mí y todos los días, cuando me golpean la memoria, el corazón responde: ¡Presente!
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¡Dios nos libre! de volver a caer en el pozo sin fondo del Uberrismo. Cuyas manos inicuas no hacen olvidar que las únicas manchas indelebles no son las que tiñeron de sangre las manos de cierto magnicida inglés.
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El doctor Genaro Muñoz, presidente de Federecafé, sabe poco de nuestra industria básica, dicen sus opositores, que aumentan todos los días. Don Manuel Mejía, quien manejó la Federación por muchos años, solía decir que para saber de café era necesario haber nacido y vivido en un cafetal. Como él mismo. O como don Pedro Uribe Mejía.
O como don Arturo Gómez Jaramillo. O como don Leonidas Londoño. El largo contacto con la agricultura de exportación hizo que los mencionados señores conocieran hasta sus secretos más recónditos. Ninguna otra industria ha sido en Colombia más importante, ni más decisiva, ni más difícil, ni más delicada. El doctor Muñoz, señalan sus oponentes, es un ciudadano popayaneje, miembro de esclarecida e irreprochable familia, que llegó a ser zar del café no por lo que supiera del grano, sino por los méritos de su alcurnia.
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De café poco sé, decía el gracioso. Y en mi caso, me vi obligado a erradicar la pequeña plantación de este árbol enano que tenía en mi amado pegujal de Tribunas. Pero para mí sigue siendo el fruto del cual se extrae la bebida mágica, la infusión maravillosa que produce una felicidad apenas semejante a la que producen los labios de la mujer amada. ¡Hasta el cuncho del tinto posee su teúrgia; en él leen los sabios el porvenir! Los caficultores deberían ostentar en Colombia un rango igual o superior al que tienen en España los industriales de la uva y el vino y los criadores de reses bravas. En cambio, nuestros gobiernos someten al noble gremio a todo género de castigos tributarios; hacia el caficultor apunta de continuo el insaciable fiscalismo.
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¡Ojo a este “choneto”!:Yo me tomé un pocillo de cafetopara desinfectarme de tu olvido,cuando huiste, impertérrita, del nidoen el cual yo pasé más de un aprieto.Y sí ahora te escribo este soneto,bajo el paraguas del abril florido,no te brindo mi amor, ni te lo pido:sólo te exijo un poco de respeto.
Tú volverás. Lo digo y lo repito,porque así me lo dijo un pajaritoque, como tú, también se viste a plazos.
Y cuando vuelvas, insepulta y grávida,se abrirá para darte dulce cábidala inconsútil bisagra de mis brazos.