Textos del autor Lisímaco Salazar

INVOCACIÓN AL DERECHO
No es ciudadano, ni feliz, ni bueno, 
y vive de congojas y de tedio,
el que deja las lindes de su predio

para meterse en el cercado ajeno.
El que cree que su vida lleva en pleno
por este triste y miserable medio,
es alguien que no tiene ya remedio;
es áspid que inocula su veneno.
Distingamos el PROPIO, el NUETSRO, el MIO
del DE AQUEL, del AJENO y sin desvío
ya podemos decir en el camino,
Como dijo el filósofo altanero:
aquí acaba el perfil de mi lindero
y aquí empieza el lindero del vecino.

EL TULIPÁN

Cerca al despacho donde yo trabajo
existe un tulipán de hojas escuetas,
que por tiempos es rico de macetas
y por tiempos es pobre hasta de un gajo.
Este árbol viejo, sin querer, me trajo,
en el camino de mi vida, inquietas
recordaciones, que, cual mil saetas,
se llegan al dolor mísero y bajo.
Como este tulipán, tuve frondosas
hojas y flores que, rodando airosas
llevóse el viento en su infinito anhelo.
Mas hoy, árbol senil, sin flores rojas,
sólo soy un chamizo ya sin hojas,
buscando a Dios en la mitad del cielo.

LUCRECIA

Mientras Aura, mi mujer
limpiaba el rostro a la casa.
Mientras mi madre le hacía
le hacía la permanente a las camas,
iba yo hasta la cocina
con un sigilo que pasma
y le tocaba a Lucrecia
sus dos formas camufladas.
Lucrecia fue la sirvienta
más buena que hubo en mi casa.
Lucrecia se fue doblando
como un junquillo en el agua,
porque la pobre Lucrecia
nació en laguna de plata;
Por eso es que sus raíces
tienen el color del nácar
y por eso es que su tallos
los dobla el viento pirata.
Pero una tarde – recuerdo-
vi que Lucrecia lloraba
con un dolor que era pena,
con una pena que era alma.
A la mañana siguiente
el silencio era su cama;
el fogón un hemisitiquip
sin una sola palabra.
Sobre un estante ya viejo
las hortalizas cansadas,
mirando hacia todas partes,
por Lucrecia preguntaban.
Ni mi mujer, ni mi madre,
ni persona de la casa
pudo, en aquella emergencia,
pronunciar una palabra.
El tiempo que es un verdugo,
el dolor que es un pirata
y, en fin, la casualidad,
una paloma sin alas,
me pusieron una tarde
frente a frente a la mucama
a quien toqué en tiempos idos
sus dos formas camufladas.
Lucrecia no era ni sombra
de la fámula de la casa.
Era como un hemistiquio
sin una sola palabra.
Como Dios, hizo la vida
y en su vientre la llevaba.
Lucrecia fue la sirvienta
más buena que hubo en mi casa

CON ARRESTOS DE GUAPO
(Fragmento)

Con arrestos de guapo, vocación de pirata,
cabalgué los corceles de la tierra moruna
y reté muchas veces a la pálida Luna
a embestir a la Tierra con sus cuernos de plata.
Trepé lomas enormes, crucé inmensos caminos,
me posé sobre cerros que el destino me irroga;
cual vaquero del mundo le abrí guasque a mi soga,
y enlacé los picachos de los cerros vecinos.
Y fui Dios. Creé vidas con mis locos placeres,
a pesar de mi forma incomplexa y enferma.
Si millones de óvulos recibiesen mi esperma,
crearía en el mundo sextillones de seres.
Pereirano, poeta, bebedor, vagabundo,
arranqué de la vida, sin saber, varios quistes.
Me burlé de los ríos por pequeños y tristes
ante el piélago inmenso de los mares del mundo.

Última actualización: Lunes, Enero 26, 2015 8:45 AM
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