En la introducción que realiza Juan Manuel Ramírez Rave a su libro de ensayos Esa delgada luz que es el silencio. Aproximación a la escritura del silencio en la literatura latinoamericana se leen los siguientes apartados acerca de La escritura del silencio:
"En este conjunto de ensayos exploramos la presencia del silencio en el seno de algunas ficciones y obras poéticas latinoamericanas, en donde éste sirve de base a su forma de expresión y a su propia concepción como forma artística, partiendo del reconocimiento del silencio como fuente llena de sonidos y significados, despojándonos de los prejuicios que sentimos hacia él en Occidente y valorando sus diversos y ricos usos como opciones que acompañan la palabra. Como dice Michele Sciacca “el lenguaje es continuo, silencio y palabra; el silencio no interrumpe el habla, la hace posible².”
En algunas obras de escritores latinoamericanos es posible reconocer al silencio como una entidad comparable a la palabra, no un subordinado de ésta o mero epifenómeno, cuidándonos de no caer en falsos fulgores. Cuidándonos de no emprender la búsqueda de un semblante explicable del silencio, es decir, pretender atraparlo en un concepto, doblegarlo a través de las palabras. El silencio es reacio al enunciado, no se agota en la palabra, por el contrario, se potencia en ella.
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Nuestra aproximación a la escritura del silencio en la literatura latinoamericana la realizamos en cuatro autores que han consolidado una estética que pondera lo silencioso sobre lo silenciado, una estética en donde el silencio actúa como una entidad cargada de sonidos y sentidos, contraria a la posición occidental de ausencia o vacío. Estos autores son: sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695), Jorge Carrera Andrade (1902-1978), Jorge Luis Borges (1899-1986) y Juan Rulfo (1917-1986).
En el primer ensayo titulado “De mudos peces o sor Juana entre lo Inefable y lo Indecible”, partimos de la valoración del silencio más estudiado por la crítica, el silencio oclusivo. Dicho silencio aparece vinculado con la garganta del hábito, el dogma, el prejuicio, la persecución eclesiástica y a las ideas misóginas de la época. En un segundo momento desvelamos la escritura de un silencio asociado a lo inefable que es presencia y revelación, es decir, que se encuentra lejos de la ausencia o la carencia, que va más allá del plano físico.
Dos textos nos permiten adentrarnos en la gama de silencios que es posible encontrar en sor Juana. En Neptuno Alegórico el silencio de la monja Jerónima es producto del castigo impuesto por el medio social en su condición de mujer, pensadora intelectual y de religiosa conventual; es el silencio “oclusivo”, el silencio del “mudo pez”, de la obediencia, pero también es el silencio producto de la autocensura que induce a una poética del silencio.
También en sor Juana encontramos el silencio ante lo inefable, ante el misterio para el cual no se encuentran palabras para ser expresado; esta condición de lo inefable se rompe con la inevitable “alusión” como única forma de referir aquello que está vedado; se pasa entonces de una condición que silencia por “no decir nada” a una condición en donde el silencio ante lo inefable sólo se rompe con la alusión. El segundo texto en el cual se puede encontrar el silencio en la Décima Musa es su extenso poema “Primero Sueño”. Es posible concluir que en sor Juana el silencio, no sólo consiste en dejar de hablar o en una clara presencia del tópico del pauca e multis (no hay palabras para lo que se quiere expresar), sino en un saber revelar y sorprender con los ocultamientos.
En el segundo ensayo titulado: “El agua imperceptible del silencio en el Estanque Inefable de Jorge Carrera Andrade”, proponemos el análisis de la denominada economía verbal como condición de una experiencia de escritura silenciosa en donde la marca de la alusión busca consolidar un arte del desvelamiento, a partir de la conjugación de diversos elementos como la luz, la sombra, los objetos y la mirada.
En dos de sus poemas, “El silencio” y “El combate poético”, el escritor quiteño nos permite acercarnos al silencio como respuesta alternativa al desgastado mundo apalabrado y ruidoso, no es el silencio negativo ni de la ausencia, es el silencio que permite incubar el mundo de los objetos y del silencio a través de ellos. Carrera Andrade más que suplantar la palabra por el silencio, parece más querer volver al silencio para hacer germinar nuevas palabras que le permitan nominar el mundo de los objetos.
El tercer ensayo, titulado “Borges o la escritura del silencio”, se centra en dos relatos que encarnan una forma diferente de abordar y presentar al silencio como entidad que trasciende a la palabra, ellos son: “La escritura de dios” y “La espera” contenidos en El Aleph.
En estos relatos Borges devela una doble condición de la escritura del silencio: silencio en el texto y en el subtexto. En la primera, establece diferencia entre lo que a voluntad del autor se insinúa, oculta y omite; en la segunda, el silencio es tema y artificio al cual recurre el escritor. En “La espera” es posible encontrar un silencio textual que expresa la tensión del relato a partir de lo insinuado, de lo escondido; situación diferente se presenta en “La escritura de dios” en donde la búsqueda de la palabra que posea la capacidad de decirlo todo parece conducir ineludiblemente al silencio; esa palabra se torna silenciosa y secreta, lo cual lleva, a su vez, a que el silencio se constituya en el lenguaje de lo visible pero no dicho.
La combinación del silencio en el texto y en el subtexto es, sin duda, lo que explica en gran parte el poder de la obra borgiana, poder que reside no en lo que dice sino en lo que silencia pues sus relatos se mueven en el mundo de la alusión, del juego, en la ambigüedad, primando lo inefable (falta de palabras para expresar o definir lo misterioso) frente a lo indecible (de lo que no se tiene nada que decir).
Por último, el cuarto ensayo se concentra en el autor de Pedro Páramo. Con “Luvina: el habla del silencio”, se propone abordar uno de los aportes más significativos de la obra rulfiana a las letras latinoamericanas: la escritura del silencio. En “Luvina” se concentra un mundo de silencio sonoro y, al igual que en las otras obras estudiadas, nos encontramos frente a un silencio lleno de sonidos, un silencio que es presencia, no carencia, acallamiento o vacío.
En el mexicano, los silencios asociados a lo “silenciado”, son una máscara que oculta el rostro de otra realidad, la aprisionan. El “otro silencio” en Rulfo no se encuentra en el exterior de la obra, sino en el centro mismo de la palabra “creadora”, pues más allá de la escritura del No, como síndrome que se le atribuye a Rulfo, existe una “escritura del silencio”.
El silencio habla en su obra, se aparta de la idea maniquea de vacío. El silencio, en cada uno de los cuentos de El llano en llamas tiene un contexto distinto. En “Luvina” existe una clara escritura del silencio; es un mundo de silencio lleno de sonidos, un silencio que trasciende y rompe el vacío. De allí que desde el inicio del cuento el mismo paisaje imponga sus sonidos que van a entrar en relación con la soledad de la tierra, una tierra casi inhóspita.